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Los gritos, las imprecaciones, las órdenes de los jefes, las lamentaciones de los aldeanos, el rumor sordo, continuo, de pasos que se elevaba del puente de Framont, el relinchar penetrante de los caballos heridos, todo aquello subía como un zumbido confuso hasta los parapetos. En la ladera sólo se veían armas, chacós y muertos; en una palabra, los residuos de una gran derrota.

Con frecuencia, cuando yo era un colegial libre, subía corriendo ese sendero para bajarlo después en pocos saltos; á veces, también me aventuraba alejándome algo por el llano, hasta perder de vista el bosquecillo de la fuente; pero en un ángulo del camino me paraba sorprendido y sin aliento para ir más lejos. A mi lado veía abierto un abismo en forma de embudo, lleno de parras y zarzas enlazadas.

Á pesar de sus precauciones y de sus estratagemas todo se venía abajo por culpa de aquel miserable Freneuse. Las mentiras y las perfidias acumuladas para perderle no habían servido para nada. Arrojado al fondo de un abismo tan profundo que parecía imposible salir de él, Jacobo subía hacia la luz, hacia la libertad, hacia la dicha, y él tenía que asistir impotente á aquel cambio de fortuna.

Un pedazo de su carne asomaba fuera de la concha como una lengua blanca. En unos tomaba la forma de suela y servía de pie, marchando el molusco, con la vivienda á cuestas, sobre este único sostén. En otros era nadadera, y la concha, abriendo y cerrando sus valvas como una boca propulsora, subía en línea recta á la superficie, para dejarse caer luego con los dos escudos apretados.

En la escalera del claustro hicieron pasar delante a la joven, que subía con la cabeza oculta, sin mirar, como si sus pies marchasen instintivamente por aquellos peldaños. Hemos llegado esta mañana de Madrid dijo la jardinera mientras subían . La he tenido en una posada, haciendo tiempo para traerla por la tarde a la catedral.

«, ahora lo veía perfectamente; ahora no veía más que eso; ¡y cuántas veces había pasado por allí sin sospechar que por aquella tapia se subía a la alcoba de la Regenta!. Volvió al parque; reconoció la pared por aquel lado.

Debía pasar gran parte del año lejos de sus naranjos, pensando melancólicamente en el ambiente tibio y perfumado de los huertos, mientras se subía el cuello del gabán o se envolvía en la capa, saltando de un golpe del ardor de los caloríferos del Congreso al frío seco y cruel del invierno en las calles de Madrid. Nada notable había ocurrido para él durante aquellos ocho años.

Fortunata sintió que toda la sangre se le subía al rostro, y se puso muy sofocada. Rubín estiró el codo sobre el lecho, apoyándose en él con actitud perezosa, semejante a la que tomaba en la botica cuando leía. «Es preciso que lo sepas pronto. Todo lo que tardes en saberlo, tardas en regenerarte».

Al llegar, su motor lanzaba tres rugidos, é inmediatamente descendía de lo alto un cable con dos ganchos que sujetaban automáticamente el plato. Una grúa fija en el borde de la mesa subía el enorme redondel de metal repleto de viandas humeantes. Varios hombres de fuerza se agarraban á sus bordes al verlo aparecer, empujándolo hasta las manos del coloso.

En el piso tercero y en los espacios que al modo de plazoletas cortan la longitud de los pasillos-calles, había también tertulias formadas de mozos de oficio, doncellas, barrenderos y gente que subía de Caballerizas.