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Al llegar frente a la casa lujosa, se sienta en la acera y poco a poco va sacando algo de lo que ha recogido aquella noche, para separar lo que haya de vender de lo que quiera guardar. De pronto se oyen a lo lejos pasos de alguien que viene corriendo, arrastrando en chancleta los zapatos, y por la esquina inmediata aparece una chica de veinte años, feísima.

Cuando entramos en Bailén, ya muy avanzada la noche, nos sorprendió mucho el no ver ninguna fuerza francesa a la entrada del pueblo para disputarnos el paso. ¿Adónde habían ido los franceses? ¿Qué les pasaba, cuando ni por precaución dejaron allí un par de batallones para guardar punto tan importante?

¿Has estado ya alguna vez en Valencia? , señor; he pasado allí un mes hace algunos años. Es muy bonito aquello, ¿verdad? , muy bonito. Muchas naranjas, ¿eh? Muchas. Creo que es una población alegre. Eso no; a me ha parecido muy triste. Pues hombre, yo creía... Y tornaron a guardar silencio. Los corazones estaban apretados, y el acento indiferente de las palabras no bastaba a ocultarlo.

Al fin cayó con un fuerte ataque del que por fortuna salió pronto. Después vino el aplanamiento que le obligó a guardar cama tres o cuatro días. Por último, el tiempo fué ejerciendo su operación sedante. A los quince días estaba bueno, aunque bajo el peso de un abatimiento grande que en vano lucharon sus parientes y amigos por aliviar.

Habría querido echarme a sus pies, pedirle perdón por haberme atrevido a pretenderla; pero no podía hacerlo, porque mi suegra estaba detrás de ella... Había también allí damas de honor y otras tonterías... Balbucí algunas palabras que yo mismo no comprendí, y, no sabiendo qué actitud debería guardar, me puse a andar de un lado a otro por la pieza, abotonándome y desabotonándome los guantes.

Pronto comprendió que no podía apetecer mejor coyuntura para plantarse rápidamente en la calle y dar por terminado el enojoso trámite de la ruptura. «Pero aún me falta la última parte pensó echando mano a su cartera . No puedo abandonarla así...». Después de meditar un rato, volvió a guardar la cartera y se dijo: «Mejor será que me vaya... Se lo mandaré en una carta... Adiós.

Porque he contraído el deber de guardar, de proteger una vida preciosa. La vida de la reina. ¡La vida de la reina! Pero don Rodrigo Calderón, está herido ó muerto... herido, ganaremos tiempo... si muerto, nos hemos salvado. Pero creéis... Don Rodrigo es capaz de todo... ¡Regicida! ¿Pues no dicen que ha dado hechizos al rey? replicó el confesor del rey.

Y habiéndose tenido con él muchas audiencias con junta de muchos consultores y calificadores muy doctos de este Santo Oficio, procurándolo sacar de sus errores y que conociese la verdad, siempre habia estado pertinaz, protervo y obstinado, diciendo que la ley que él seguia era la verdadera que se habia de guardar.

Tienes razón, María..., no te comprendo... Mi padre fue un hombre honrado, y tampoco te comprendería... Mi abuelo fue un militar que perdió la vida defendiendo a su patria, y tampoco te comprendería... Pero mi padre y mi abuelo se ofenderían, como yo me ofendo, de que alguno les recordase que debían guardar los secretos que se les confiaba.

Jamás creyó mi padre que la Revolución le impidiera guardar fidelidad al honor de su bandera. Una casita en el campo medio arruinada y quinientos pesos de renta, no eran lo suficiente para sostener con algo de holgura a su esposa y a los muchos hijos que rodeaban la mesa a la hora de comer.