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Los disparos de escopeta se alejaban y disminuían en número. Después quedó todo en silencio... Aquello había terminado. Entonces regresamos despacio a la llanura, para saber algo de nuestra gente. Al pasar por delante de la casita de madera, presencié una cosa horrible.

Al día siguiente, las dos mujeres, escoltadas por un mozo de cuerda, se hicieron conducir al sur de la isla. Allí, en las inmediaciones de la villa Dandolo, encontraron una linda casita para vender o alquilar, con su verja y todo. Era la misma que la señora de Villanera había elegido para el señor de La Tour de Embleuse, en el caso en que éste se decidiese a pasar el verano en Corfú.

La posada era una casita pequeña, retirada de la carretera, con un arco en medio, sobre el cual se balanceaba una muestra que representaba un delfín de colores chillones. A los lados del arco había dos ventanas y debajo de ellas dos bancos de piedra. La posadera, una mujer enérgica, nos dijo que tenía el establecimiento lleno y no podía alojarnos.

¡Ay, el amor, Luis! exclamaba. ¡Cuán pequeños nos hace! ¡Cómo nos envilece cuando llega tarde, á una edad en que queremos, sin la certeza de que nos quieran!... Ahora me avergüenzo, pensando en las cosas á que he tenido que descender. ¡Y si no fuese más que esto!... Al llegar el verano, Judith había ido, como de costumbre, á una casita que el millonario le había comprado en Biarritz.

La mañana, la niebla, el miedo, el misterio, ¡hasta el sitio...! Aquí venían con sus amantes las damas de tiempo de Carlos IV; en este palacio de la Moncloa debían de tener sus citas Godoy y María Luisa. ¡Cuántas picardías habrán visto esos merenderos! ¡Si pudiese hablar esa ropa que hay tendida! ¡Pobre Manzanares, cuánta burla le han hecho!; arroyo aprendiz de río, dijo Quevedo; río con mal de piedra, le llamó Lope... ¡Si hubiese por aquí una casita decente!

La misma idea que había tenido de pedir al carcelero una habitación en lo alto de la casa, para poder desde allí ver el tejado de la suya, la había tenido mi madre de subir con frecuencia al desván de su casita y sentarse allí a contemplar a través de su dolor y con los ojos humedecidos por el llanto, los muros de la prisión que retenía aquello que tanto amaba en el mundo.

Llenó las habitaciones de tiestos, moños, grabados ingleses, mecedoras, almohadones, lámparas con delicados abat-jours... Hizo arreglar el jardín, improvisó una huerta, cuidó un corral de aves domésticas... Y todo esto, agregado a su biblioteca, su subscripción a varias revistas, y a sus habilidades caseras, hicieron de la casita un verdadero oasis en el desierto de Tandil.

En esto desperté de mi sueño y me volví a encontrar en mi pobre casita de esta corte. Creo, añadía nuestro amigo al terminar su cuento, que con menos riqueza y a menos costa pueden los Nanares del día seducir a los Parsondes que zahieren su inmoralidad y sus vicios, movidos, no de la caridad, sino de la envidia.

Ella vive en la calle de la Pasión, ignoro el número; es en una casita vieja, muy baja, de revoque amarillo, con un zapatero en el portal, y que hace esquina a la Ribera de Curtidores. Yo también me resistí a creerlo; pero tuve que rendirme a la evidencia. ¿De modo que le ha visto Vd. entrar allí con ella o ir a buscarla? , señorita; varias veces.

Esta situación, desgraciada, no ha quitado nada á su orgullo, ni aumentado nada á su carácter: es alegre, igual, cortés; vive, no se sabe cómo, en su casita con una sirvienta, y halla aún medios para hacer muchas limosnas. La señora de Laroque y su hija profesan á su noble y pobre vecina, una pasión que las honra: en su casa es objeto de un respeto atento que confunde á la señora de Aubry.