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Hay que advertir que el joven marqués de Dávalos, que nunca había poseído una inteligencia muy clara, teníala de algún tiempo a esta parte bastante perturbada. Según la expresión vulgar estaba un poco chiflado o tocado. Sus amigos sabían todos que este trastorno procedía de la ruptura con la Amparo, que le había comido en poco tiempo su fortuna y de quien estaba aún profundamente enamorado.

Sabía la facilidad que tenía para desprenderse de las cosas y la impaciencia enfermiza que le llevaba, por el contrario, a precipitarse hacia las novedades. Entre las dos hipótesis de una ruptura o de una inconstancia, me inclinaba a aceptar la segunda. Estaba en racha de indulgencia: la visita a casa de Agustín me había puesto en temple de mansedumbre.

Castro, previniendo una próxima ruptura con su amante, preparaba una cama blanda a su reputación de seductor para que no sufriese desperfecto. Os enfadáis conmigo siguió porque llego tarde.... ¿Y León? ¿Dónde está León? León, aquí está profirió una voz sonora detrás.

Lucía, cavilando sobre las causas de aquella poco menos que completa ruptura de relaciones, llegó á temer que Doña Blanca hubiese averiguado los amores de Clara con D. Carlos de Atienza, la presencia de éste en la ciudad y la entrada y protección con que contaba en su casa.

Tomaré sencillamente, la iniciativa de la ruptura; no podrá menos de quedar agradecido. Haz como quieras, querida mía, tengo confianza en la bondad de tu corazón y en la rectitud de tu espíritu. Ahora, tengo que pedirles algo, a ti, madre, y a ti, Jaime; prométanme guardar secretas para mi padre, para todo el mundo, para Juan, principalmente, las resoluciones que he tomado.

Así nuestra charla, que en otra ocasión no hubiera pasado de ocho o diez frases, se prolongó esta vez en larga y desahogada sinceridad. Supe que se había casado; su mujer estaba allí mismo esa noche. Por mi parte, lo informé de mi noviazgo con Elena y su reciente ruptura. Posiblemente me quejé de la amarga situación, pues recuerdo haberle dicho que creía de todo punto imposible cualquier arreglo.

Hacía dos días que le hablaba a cada momento de su amigo con gran interés, preguntándole por su vida anterior. Aquella noche, después de la comida, se había peleado con los jóvenes de su banda en el jardín de invierno, sin saber por qué. Luego, en las cercanías del fumadero, nueva discusión, terminada con una ruptura insultante.

Cada hombre tiene un vocabulario particular para sus ambiciones. , estoy casi satisfecho en este momento, y si me conformo con satisfacciones que no tengan información de quiméricas, mi vida discurrirá en perfecto equilibrio y será dichosa hasta la saciedad. ¿Tienes noticias de Ormessón? Ninguna. Ya sabes cómo acabó aquella historia. ¿Por una ruptura?

Por lo cual, deseosa de exasperarle y provocar la ruptura definitiva, le dijo con gran sorna: ¿Estás pensando en comprarme la Casa de la Moneda? Don Quintín, seducido por aquella idea de sabrosa venganza, miró a su querida, gozándose de antemano en la sorpresa que había de causarle y, tras larga pausa, habló tranquilo y sonriente: ¡Parece mentira qué repoquísimo olfato tenéis las hembras!

El prurito de romper aquellas relaciones, que ella en el fondo de su alma calificaba de cadenas, estimulaba entonces su voluntad, pero, aunque era muy valerosa y apenas conocía el miedo, no se atrevía a intentar la ruptura.