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En vez de rehuir las obligaciones de su casa, Fortunata hacía por extenderlas y aumentarlas, conociendo que el trabajo le ayudaba a sostenerse en aquel equilibrio, sin balances de dicha, pero también sin penas, el corazón adormecido y aplanado, como bajó la acción de un bálsamo emoliente.

Inglaterra tiene ya bastantes colonias en el Oriente y no se va á exponer á perder el equilibrio; no va á sacrificar su imperio de la India por el pobre Archipiélago filipino; si abrigase esta intención, no habría devuelto Manila en 1763; habría conservado un punto cualquiera de Filipinas para irse desde allí extendiendo poco á poco.

Hija mía respondió Bermúdez sin volver hacia ella más que la intención, porque la visual del ojo útil se la estorbaba la nariz , necesito ambos brazos para agarrarme, y toda la voluntad para guardar el equilibrio en esta postura. Contéstalos por , si te parece. Ya lo hago por todos repuso Nieves volviendo el busto hacia el muelle y agitando el pañuelo con la mano izquierda.

La vida se deslizaba igual, monótona, soñolienta. Pero al fin se acostumbró a ella. El campo, donde permanecía casi todo el día, vigorizó su cuerpo y comunicó a su espíritu un equilibrio que le preservó para siempre del tedio.

Y al mismo tiempo le dió un fuerte empujón que le hizo perder el equilibrio y caer con la tajuela. ¡Qué risa la de Flora! ¡Qué risa la de Jacinto! Al ruido se despertaron los viejos, los miraron con asombro y prosiguieron su tarea. Naturalmente, era necesario otro cuarto de hora para celebrar la ocurrencia; y así se cumplió á la letra.

Levemente frunció el ceño el novio, que no en vano había corrido cuarenta y pico de años de la vida cercado de gentes de festivo humor y fácil trato y huyendo de las escenas de lagrimitas y de lástimas y disgustos que alteraban por extraño modo el equilibrio de sus nervios, desagradándole como desagrada a las gentes de mediano nivel intelectual el sublime horror de la tragedia.

Por más esfuerzos que hacía para mantener el equilibrio, no podía menos de confesarse que amaba mucho más a Raimundo. Su inmenso cariño se traducía en constantes caricias, en nimios cuidados que enervaban y enmollecían el temperamento del niño. Le criaba, en suma, con demasiado mimo.

Llovían escombros. Al volver la cabeza vió su castillo transformado. Acababan de robarle medio torreón. Las pizarras se esparcían en menudos fragmentos; los sillares se desmoronaban; el cuadro de piedra de un ventanal se mantenía suelto y en equilibrio como un bastidor. Los maderos viejos de la caperuza empezaron á arder como antorchas.

Una muchacha de falda corta, botas polonesas y pañuelo verde, por cuya punta asomaba una trenza de pelos rojos, daba vueltas al compás de la música. En torno de ella, un mocetón de camisa purpúrea danzaba de rodillas o se sostenía en portentoso equilibrio con las piernas casi horizontales y las posaderas junto al suelo.

El motivo de esta novedad consistía, siguiendo la imagen del bañista perezoso, apuntada por don Alejandro en la botica, en que Leto, antes de la gran zambullida en el caserón de los Bermúdez, había ido preparando el equilibrio de las dos temperaturas con un par de fregoteos bastante regulares.