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Decía las oraciones en latín adrede por fingirse inocente; de suerte que nos despedazábamos de risa todos. Pensará vuestra merced que siempre estuvimos en paz; pues ¿quién ignora que dos amigos, como sean codiciosos, si están juntos se han de procurar engañar el uno al otro? Sucedió que el ama criaba gallinas en el corral; yo tenía gana de comerla una.

Y Chichí, que se criaba vigorosa y rústica, desayunándose con carne y hablando en sueños del asado, siguió fácilmente las aficiones del viejo. Iba vestida como un muchacho, montaba lo mismo que los hombres, y para merecer el título de «gaucho fino» conferido por el abuelo, llevaba un cuchillo en la trasera del cinturón. Los dos corrían el campo de sol á sol.

Sus lindos ojos estaban ya declarando la sazón de su alma o el punto en que tocan a enamorarse y enamorar. Barbarita quería mucho a todas sus sobrinas; pero a Jacinta la adoraba; teníala casi siempre consigo y derramaba sobre ella mil atenciones y miramientos, sin que nadie, ni aun la propia madre de Jacinta, pudiera sospechar que la criaba para nuera.

Verdad que estos castigos se hallaban funestamente neutralizados por el mimo y regalo con que su madre lo criaba. No sólo ocultaba con mil artificios sus faltas y le amparaba cuando su padre iba á corregirle, sino que le daba cuanto dinero había á mano, sin comprender la desgraciada el daño que hacía.

Por más esfuerzos que hacía para mantener el equilibrio, no podía menos de confesarse que amaba mucho más a Raimundo. Su inmenso cariño se traducía en constantes caricias, en nimios cuidados que enervaban y enmollecían el temperamento del niño. Le criaba, en suma, con demasiado mimo.

Esto era otra cosa; y los que habían permanecido indiferentes ante las guerras gloriosas del Gran Federico, de que Körner se envanecía como si fuera nieto del ilustre Monarca; los que oían hablar de Goëthe, y de Heine, y de Hegel, como quien oye llover, llegaron a reconocer el glorioso porvenir de la raza que criaba tan buenos estómagos.

Clara, que como buena y robusta madre criaba a su hijo, estaba sorprendida, pero acataba los fallos de su marido porque los creía fundados en las prescripciones de los sabios. Lo peor del caso era que ¡cosa rara! éstos no solían estar conformes en sus métodos.

Villamelón padre lloraba de gozo, y el conde de Alcudia, que allí se hallaba presente, le aconsejó que emplease para la lactancia de su hijo las veintisiete vacas y cuarenta cabras que servían de amas de cría al hipopótamo parvulito, regalo de Abbás-Pachá, que se criaba en París, en el jardín de las plantas.

Le arrojó de la alcoba a gritos, le hizo llamar a Eufemia y le dio, por mano de la doncella, con la puerta en las narices. «También aquello tenía que concluir, pero... después del alumbramiento. Había que evitar el aborto; nada de disgustarla.... En pariendo... y en criando... si criaba ella, como él deseaba, se hablaría de todo; se vería si un Reyes podía ni debía ser esclavo de una Valcárcel.

En otro tiempo hubo allí un cubil, y en el cubil un cerdo que se criaba con los desperdicios; pero el Ayuntamiento mandó quitar el animal de San Antón, y el cubil estaba vacío. Desde el anochecer se puso allí Mauricia la Dura, sola, sobre el montón de mantillo; y como era el sitio más caldeado, nadie la quiso acompañar.