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En otro tiempo hubo allí un cubil, y en el cubil un cerdo que se criaba con los desperdicios; pero el Ayuntamiento mandó quitar el animal de San Antón, y el cubil estaba vacío. Desde el anochecer se puso allí Mauricia la Dura, sola, sobre el montón de mantillo; y como era el sitio más caldeado, nadie la quiso acompañar.

Lo que yo quiero es que salgas de tu cubil, ¡pobre alma entristecida! ¡infeliz corazón herido!... Te figuras que la tierra está de luto, que la belleza se ha cubierto de un velo, que todos los rostros están bañados en lágrimas, que ya no existen esperanzas ni alegrías, ni afanes colmados porque la suerte te es adversa.

Juan Claudio se acercaba a la cueva del contrabandista, y deteniéndose un momento en el terraplén, guardose la pipa en el bolsillo; luego siguió andando por el sendero, que describe un semicírculo y termina por el otro lado en una brecha. Al final, y casi junto a dicha cortadura, vio Hullin las dos ventanillas del cubil y la puerta, que se hallaba entreabierta.

¡Hum!... ¡Pegarme! rezongaba yo, aún bajo la hojarasca. Levantándome entonces con cautela, sentéme en cuclillas en mi cubil y recogí la famosa pipa bien guardada entre el follaje. Aquel era el momento de dedicar toda mi seriedad a agotar la pipa.

Todos van 30 con ella; pero ella los conduce a su cubil. Aquí la zorra y sus cachorros se comen el pobre pollo y la gallina y el gallo y el pato y el ganso y el pavo. Los pobres no van al palacio y no pueden informar al rey que el cielo ha caído sobre la cabeza del pobre pollo. 35 En Extremadura vivía un hombre. El hombre era rico. Era muy rico.

La cocina era un cubil frío donde había mucha ceniza, pucheros volcados, tinajas rotas y el artesón de lavar lleno de trapos secos y de polvo. En la salita, los ladrillos tecleaban bajo los pies. Las paredes eran como de carbonería, y en ciertos puntos habían recibido bofetadas de cal, por lo que resultaba un claro-oscuro muy fantástico.

Cuando la Venus de Médicis salió del cubil, vio que entre las personas que miraban por la ventana, estaba Jacinta, acompañada de su doncella. vii Había presenciado parte de la escena y estaba aterrada. «Ya le pasó lo peor dijo Nicanora saliendo a recibirla . Ataque muy fuerte... Pero no hace daño. ¡Pobre ángel! Se pone de esta conformidad cuando come». ¡Cosa más rara! expresó Jacinta entrando.

Estaban prendiendo fuego á la iglesia de los jesuítas. Una parte de la manifestación, rezagada en el ensanche, sitiaba el templo, rociándolo con petróleo. Ya ardían las puertas. La guardia civil corrió allá á todo galope, abandonando la manifestación. Aresti sentía un entusiasmo casi igual al del Barbas. ¡Ya ardía el odiado cubil! ¡Bilbao despertaba!... Pero iban llegando nuevas noticias.

He visto en mi camino a la muerte y están marcadas mis horas... Cuando echéis el cuerpo a la tierra, volved a poner la losa que han alzado mis manos, pero antes no. ¡Maldito sea quien lo intente!... , mal hijo, no finjas dolor... Lleva a los otros la noticia, y celebradla juntos en la cueva de los ladrones, en el cubil de un lobo, donde nadie os vea.

Contóme Rufina que tu vivienda es un cubil, una inmundicia hecha con adobes, tablas viejas y planchas de hierro, el techo de paja y tierra; me dijo que ni ni tus nietos tenéis cama, y dormís sobre un montón de trapos; que los cerdos y las gallinas que criáis con la basura son allí las personas; y vosotros los animales. : Rufina me contó esto, y yo debí tenerte lástima y no te la tuve.