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Teniendo bien reconocido los turcos la poca gente que había en ellas y el mal reparo que tenían, el último de mayo á medio día coménzaron á venir por la parte de poniente y á los pozos, dando muestra de querer escaramuzar como otras veces solían.

La tía Úrsula la repartía, mientras nosotros, los chicos, mirábamos si a alguno le daban más que a los otros, para protestar. Mis primos solían contar cosas de los teatros y circos de la corte; pero, la verdad, esto no me llamaba la atención. Lo que me atraía era el mar. Miraba con envidia los chicos descalzos del muelle.

Solían salir los cinco cogidos del brazo, apoyándose los unos en los otros. Al llegar a las tapias de la huerta del convento de las Agustinas, orinaban. Después proseguían su camino sin decirse una palabra, aunque bufando y soplando mucho. El instinto, que nunca les abandonaba por completo, les sugería esta prudente conducta.

»Queríale Jerónimo como si hubiese sido realmente su hijo; Genoveva al morir nos encargó con las lágrimas en los ojos que no le desamparásemos, y yo fenecía de placer cuando mi rapazuelo corregía, á los padres graves que solían pasar por el pueblo, el latín corrupto que vomitaban con tanto exceso cuanta era su ignorancia

El pan que el Romano toca Sin que el temor me destruya, Lo quitaré de la suya Para ponerlo en tu boca. Con mi brazo haré carrera A tu vida y á mi muerte, Porque mas me mata el verte, Señora, de esa manera. Yo te traeré de comer A pesar de los Romanos, Si ya son estas mis manos Las mismas que solian ser.

En la proa se elevaba el cochero, que en pesadez y gordura tenía por únicos rivales á las mulas, aunque éstas solían ser más racionales que él.

Compárese la consideración y el respeto de que hoy gozan los artistas, hasta el punto de formar una aristocracia tan elevada y orgullosa como la de la sangre, con la protección desdeñosa que los próceres de otros siglos les dispensaban y el humillante jornal que algunos reyes solían otorgarles. ¿Qué momento más favorable puede ofrecerse para que la flor de la poesía abra sus pétalos á la luz y ostente sus colores más brillantes?

La tertulia duraba de ordinario hasta cerca de las dos; pero don Braulio y sus damas solían irse antes de la una. Así lo hicieron aquella noche. El Conde de Alhedín, aunque no tenía gana de más tertulia, no se atrevió a irse cuando se fué doña Beatriz, ni inmediatamente después. Se quedó, entrando en el corro general de los que estaban allí hasta última hora.

Cosas de política.... Eso del obispo y el gobernador... lo de las votaciones que corre prisa... en fin... cosas de política. La Regenta no insistió. Se retiró sin acercarse a su marido, que no la buscó tampoco para darle el beso en la frente con que solían despedirse todas las noches. Respiró Quintanar cuando se vio solo. «Aquello había salido bien. No se había descubierto.

Si quiere usted, traeré... No tengo en casa; pero bajaré a la tienda... Quite usted allá... no me lo diga ni en broma... Vaya, abur, abur... Y cuidarse, cuidarse mucho, ¿eh?, que andan pulmonías. El clérigo salió y fue a casa de un amigo donde le solían dar, en aquella crítica hora, el remedio de su debilidad de estómago. vi