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El aire caldeado no recogía del río ninguna humedad. Sentíase igualmente abrasador, insufrible, que en medio de la ciudad. La luz, al huirse, cambiaba poco a poco los colores del cielo, repartiendo sobre él infinitos matices, imposibles de nombrar. Sobre la tierra derramaba una triste palidez, que tornaba las cosas incoloras y las confundía y las borraba.

En otro tiempo hubo allí un cubil, y en el cubil un cerdo que se criaba con los desperdicios; pero el Ayuntamiento mandó quitar el animal de San Antón, y el cubil estaba vacío. Desde el anochecer se puso allí Mauricia la Dura, sola, sobre el montón de mantillo; y como era el sitio más caldeado, nadie la quiso acompañar.

Se aplaudió muchísimo; las señoras se conmovieron y agitaron los pañuelos con entusiasmo, esparciendo por el ambiente caldeado mil perfumes de opoponax, fleur d'Italie, reseda, etc. Era una leyenda altamente patética. No me sorprendió nada que se hubieran impresionado vivamente.

Nunca se había considerado tan feliz como en aquellos días. Experimentaba la monstruosa voluptuosidad del que se halla sentado á la mesa en un comedor bien caldeado y ve por los cristales el mar tempestuoso, con un buque que lucha contra las olas.

Y los dos entraron en el salón, colocándose en primera fila. El ambiente, cerrado aún y caldeado por tantas respiraciones, era de una densidad asfixiante. Conchita los saludó con un gesto de cansancio. Doña Zobeida, al reparar en ellos, tuvo miradas de ternura. Muchas gracias, en nombre del buen padrecito. Para ella, esta misa era de mayores méritos que las anteriores.

Y Ferragut parpadeaba al pasar rápidamente del jardín caldeado por el sol á la penumbra de unas galerías húmedas, sin otro alumbrado que el de la luz diurna descendida al interior de los acuarios: luz que tomaba á través del agua y el cristal un tono misterioso, el tinte verde y difuso de las profundidades submarinas. Esta visita le hacía pasar el tiempo plácidamente.

Se me antojó subir hasta lo más alto y sentarme un momento dentro de la cabeza del coloso, un saloncito redondo alumbrado por dos ventanas que son los ojos. A pesar de esos ojos abiertos un dirección al horizonte azul de los Alpes, el calor allá dentro era asfixiante. El bronce caldeado por el sol, me envolvía en un calor pesadísimo. Fueme preciso bajar más que a escape. Pero, lo mismo da.

Diré más; que si os quedáis en mi compañía os enseñaré el secreto de la preparación de esos trabajos sobre vidrio que ahí véis; la composición de los pigmentos y sus mezclas, cómo espesarlos, cuáles penetran el vidrio y cuáles no, el caldeado y glaseado de las placas, en fin, todos los detalles del oficio.

Y los cobardes apresuraban su marcha bajo el cielo de hierro caldeado, por un camino que quema, hostigados por la nudosa rama que se desmenuza sobre la acardenalada piel. ¡El frío de la Siberia sería quizás más clemente que el sol de Mayo en Filipinas!

Jadeaba al trotar, moviendo su vientre con doloroso vaivén. El regreso era más lento y tranquilo, cuando no se llevaban a casa nuevas remesas de labor. Caminaban cogidos del brazo por las aceras, tibias aún de los ardores del día. Humeaba la población al exhalar en la calma de la noche el fuego con que el sol la había caldeado. La circulación era en las calles menos densa que en el resto del año.