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Cuando Muret se marchó, después de haber ordenado un reposo absoluto y elogiando mucho a Elena por su sangre fría y por la prudencia de sus cuidados, fui a buscarla al jardinito, donde estaba sentada en el sillón habitual de su padre, a la sombra del tilo y en una postura un poco caída. Sus ojos hundidos y su palidez atestiguaban su emoción.

Aún resonaban en su oído las palabras del Obispo cuando llegó a la corte y penetró en la vida moderna, no para llevar la agitada existencia del que vive al día, sin saber hoy dónde comerá mañana, sino para pasar las horas tranquila y reposadamente, sin más cuidados que cumplir con el formalismo y las exterioridades necesarias de una casa donde el capellán era un artículo de lujo.

En vano protesta Don Fernando contra las mentiras de su criado; el anciano lo interpreta como una nueva prueba del triste estado de su espíritu, efecto de su dolencia, y lo abruma con demostraciones de ternura paternal y de cuidados por el restablecimiento de su salud.

El excirujano propuso enviar la criatura a Red-Dog, a cuarenta millas de distancia, en donde se le podrían prodigar femeniles cuidados: pero la desgraciada proposición encontró en seguida la más unánime y feroz oposición. Indudablemente, no se quería tomar en cuenta plan alguno que encerrase la idea de separarse del recién venido.

Pero conocí, sin embargo, que aquella larga perspectiva de cuidados, de trabajos y de lucha encarnizada contra la mala fortuna, la entristecía, como era muy natural.

No obstante, yo me agarraba a la vida con una obstinación increíble. ¡Cómo se cambia! ¿Y en qué consiste que yo no vea las cosas con los mismos ojos? »Indudablemente en que hubiera sido muy triste morir lejos de usted, sin que sus queridas manos me pudiesen cerrar los ojos. Por lo demás, no son cuidados los que me faltan.

Teníale envuelto en una atmósfera de protección, de tibios y amorosos cuidados que le sería casi imposible hallar al lado de una esposa por tierna que fuese. Sólo las madres poseen esa abnegación absoluta, infatigable, sin esperanza ni deseo siquiera de reciprocidad. Todo lo que la vida material exige, lo tenía satisfecho Raimundo con un refinamiento que pocos hombres disfrutarían.

La enferma contaba con demasiada complacencia los cuidados de su marido. Se acusaba de ingratitud, se reprochaba el corresponder mal a lo que por ella hacía.

Porque era de ese «aquel», y no lo podía remediar. No en todas las ocasiones llegaba a tanto el interés que se tomaba por lo ajeno; pero siempre le daban en cara y le metían en grandes cuidados los descuidos de los demás. Ya sabía él cuándo había llegado yo a Tablanca y la vida que había hecho desde entonces. Le gustaba mucho verme apegado a la tierra y a la casa de mis abuelos.

Si se encuentran algunas mejores, entre todas, no hay que alabarlas demasiado; la bondad es para ellas un deporte o una costumbre. ¡Prosigamos...! Que la acogida de usted sea siempre risueña, como el vestido será siempre objeto de sus cuidados. Un joven autor ha consagrado una comedia a las mujeres que no se preocupan de mismas. En ellas les ha hecho saludables advertencias.