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Cien años despues ¿no tuviste aun en el trono de los califas á ese magnánimo Abd-el-rhaman III, que despues de haber llevado sus armas vencedoras al interior de Castilla, al Africa, al Egipto, construyó junto á tus muros los palacios de Medina Azarah y te arrulló al melodioso son de los sublimes cantos que inspiró á tus poetas? ¿No viste á poco brillar de nuevo la estrella de Augusto en la frente del generoso el Hakem, de ese el Hakem II de quien dijeron los árabes que habia logrado convertir en rejas de arar tus armas, en pacíficos labradores tus guerreros? ¿No viste entonces cubrirse de flores tu campiña; de numerosos rebaños, las cumbres de tus cerros; de una rica vegetacion, las faldas de tus colinas pintorescas; de sabios, tus alcázares dorados; de peregrinos, tu mezquita djehma; de oro, tus robustas arcas?

Entretanto, el mismo Abu-el-Casín hizo alarde y reseña de todos aquellos respetables wazires, ministros, cadíes, oradores, literatos y poetas que componían sapientísimo diván, y encontró que, sumados cuidadosamente uno por uno, y tomando sus nombres para evitar toda confusión, no se hallaban más que ciento y doce sabios entre todos.

Tenía buenos directores y ¡quién sabe si llegaría á ser diputado, repitiendo la palabra de Dios, allá en Madrid, donde todos viven olvidados del cielo! Ella y su sobrino se bastaban para volver á Bilbao al buen camino, siempre que no les faltase el consejo de los sabios Padres.

En la especie de asombro indignado que expresaba su cara, comprendí que me había visto perfectamente meterme el sobre en el bolsillo. ¿Qué preciosos papeles son esos, Elena, que guarda con tanto misterio? Estaba yo como la grana y traté de responder riendo: La curiosidad es un pecado de mujer; los sabios lo han dicho. ¿Es una carta? Aunque así fuese... ¿Una carta para usted?

Más bien me atreveré a darle vida, aunque sea vida efímera y trabajosa, publicándola en un periódico, y exponiéndome por amor paternal a las iras o al menosprecio de los sabios, que tal vez hacen en este momento la felicidad de la patria.

No era posible que entre millares de hombres, formando una asociación poderosísima, no se albergasen la ambición, la codicia, el apetito de deleites y regalos y otras mundanas pasiones; pero entonces era tan elevado el propósito, era tan generoso y fecundo el pensamiento capital que informaba á la Compañía, y era tan numerosa y refulgente la falange de sus héroes, de sus santos, de sus exploradores, de sus sabios y de sus mártires, que deslumbraba con su resplandor y no dejaba ver lo vicioso y lo malo que había en la Compañía y que es tan inherente y propio y tan difícil de extirpar por completo de nuestra decaída naturaleza.

Los dos extraños anacoretas se encuentran, se contemplan con mutuo asombro y al fin se acercan y se tratan. Al principio se entienden por señas, porque Hay no sabe hablar, pero Asal logra pronto enseñarle su idioma. De los sabios coloquios que tienen ambos resulta algo de muy satisfactorio al parecer: la concordancia de la fe y la razón.

4 Acomodaré a ejemplos mi oído; declararé con el arpa mi enigma. 6 Los que confían en sus haciendas, y en la muchedumbre de sus riquezas se jactan, 10 Pues se ve que mueren todos los sabios; el loco y el ignorante perecen, y dejan a otros sus riquezas.

Las familias acomodadas del campo, cuando oían hablar de hombres sabios, pensaban inmediatamente en el notario de Valencia. Le veían con religiosa admiración calarse las gafas para leer de corrido la escritura de venta ó el contrato dotal que sus amanuenses acababan de redactar.

1068 Ansi, ninguno se agravie; no se trata de ofender, a todo se ha de poner el nombre con que se llama, y a naides le quita fama lo que recibio al nacer. 1069 Y ansí me gusta un cantor que no se turba ni yerra; y si en tu saber se encierra el de los sabios projundos; decíme cual en el mundo es el canto de la tierra.