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El Sultán, alarmado con tal contrariedad, que dejaba manco el número de ganapanes y aljameles fijado por el caprichoso Ben-Farding para que lo porteasen, se dirigió a Abu-el-Casín y le dijo: He aquí, amable capitán de la guardia africana, cómo llegan trances y casos en que se echa de menos la sabiduría. ¿De qué traza nos valdremos para llevar a debido cumplimiento las discretas exigencias de mi buen amigo Ben-Farding?

Pues que me la traigan, hermano Mohamad respondió el loco Ben-Farding. ¡Que se la traigan! exclamó el Sultán. Y cien postillones, avivados por las insinuaciones del agradable Abu-el-Casín, capitán de la guardia africana, salieron disparados con tal orden a la apartada recámara en donde se encontraban las dos sultanas.

Pues ahí está el caso volvió a replicar Abu-el-Casín ; y es que Ben-Farding exige que esos aljameles y ganapanes hayan de ser precisamente, exclusivamente de los ilustres dignatarios, magnates, altos personajes, profundos estadistas, divinos oradores y sabios consejeros de este diván.

¡Que me place! dijo el Sultán . ¿Y dónde está ese Rey tan deseado? ¿Por qué no entra? Que venga, traédmelo aquí, luego, al punto... Pues ved ahí el caso dijo Abu-el-Casín. Habla replicó el Sultán. Y el capitán comenzó su relato de esta manera:

Mira entretanto qué punta les ha arrimado con el látigo a los venerables Abu-el-Seid y Abentomiz, para que ahilen con los demás de la recua, el agradable Abu-el-Casín, capitán de la guardia africana.

En tanto, solázate conmigo en ver a esos wazires y cadíes, que nos mandan y nos fustigan, y a esos vocingleros oradores, escritorzuelos y poetas que nos engañan y entontecen, cómo van en recua porteando sobre sus lomos la locura y lo que es peor, bajo la agradable dirección del amable Abu-el-Casín, capitán de la guardia africana.

De allí a un instante cayó en medio del concurso un morillo mal andante en sus vestidos, aunque no de traza desagradable, y que llevándose con ahinco una su mano a cierta su oreja, daba a entender claramente ser aquella el asa por donde lo había empuñado, para transportarlo, la suavidad jurídica-militar del capitán Abu-el-Casín.

Me lisonjeo de que esta inevitable substitución nos la ha de agradecer el sapientísimo Ben-Farding. Ve y obra dijo el Sultán. Oír y obedecer respondió Abu-el-Casín.

Las cosas en tal punto, veo que aparece en la estancia Abu-el-Casín, capitán de la guardia africana, y prosternándose diez veces ante el Sultán, y tocando otras tantas la tierra con su frente, dijo: Príncipe de los creyentes, un loco que días ha vaga cantando y danzando por la ciudad, habrá una hora que en medio del estupor que ha causado la nueva de la catástrofe de la Sultana y del alboroto que ha movido el descubrimiento de su enfermedad, púsose de nuevo a bailar en el Zuc de los benimerines y en voz clara cantaba: A la Sultana nadie la cura, si no es el rey de la locura.

Con las señas que dió el loco El-Baici, y ayudado de la amabilidad de carácter que me distingue dijo el agradable Abu-el-Casín , logré tomar en los barrios inmediatos a la Alcazaba noticias ciertas del loco recomendado.