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La tortilla sería tan mala como de costumbre, y, sin embargo, yo me resignaría a comerla pensando que no había desproporción alguna entre ella y el objeto en cuya conmemoración se había confeccionado.

Decía las oraciones en latín adrede por fingirse inocente; de suerte que nos despedazábamos de risa todos. Pensará vuestra merced que siempre estuvimos en paz; pues ¿quién ignora que dos amigos, como sean codiciosos, si están juntos se han de procurar engañar el uno al otro? Sucedió que el ama criaba gallinas en el corral; yo tenía gana de comerla una.

En ayunas vengo, y en ayunas desde anoche, tía Zarandaja, dijo el rapista, salvo dos onzas de queso y un panecillo que compré esta mañana en una tienda, cuando salía de allí, adonde picardías de un mal familiar, que ya está bien castigado, me llevaron; y venga, venga, tía Zarandaja, la uña de vaca con habas y morcilla, que voy a comerla con el mismo gusto que si no hubiera comido en mil años.

En sus juegos de niño, Al descender ufano Del tronco envejecido de un manzano, Miraba con cariño El fruto más hermoso, Que a me regalaba generoso, Y muy sério decía: "Es pequeña, redonda, Y parece una cara de muñeca Sonrosada y moronda... Y yo, en vez de comerla, le pondría Ojitos". Y, apesar de alguna mueca, Convertía aquel fruto En busto de cupido diminuto.

Yo me digo algunas veces que nadie carecería de víveres si se sacara mejor partido de la tierra, y si una cosa fuera lo que fuera encontrara una boca para comerla. El trabajar en el jardín hace pensar sin duda en esto. Pero es preciso que me vuelva, porque, si no, mi madre estará inquieta con mi ausencia.

La Sociedad protectora de los animales, para ser lógica en su conducta, debía tratar de que fuese herbívoro el linaje humano. Los indios, mil veces más compasivos que nosotros en este particular, dicen que se abstienen de comer carne, sin que haya bula entre ellos que los habilite para comerla. Muy celebrados son su piedad y su afecto a todo ser viviente.

Ballester había recomendado que se le diera carne cruda; pero como él se negaba a comerla, doña Lupe discurrió el darle menudillos, corazones de aves, y suprimir para él el cocido y los feculentos. Para postre le trajo bruños de Portugal. A nada de esto atendía Fortunata, por tener el pensamiento enteramente ocupado con aquella idea de visitar el asilo de doña Guillermina.

La voz era dulce y acariciadora; ¡pero aquellos ojos que parecían comerla! ¡aquella cara pálida, semejante a la de los hombres que matan!... Quiso decir algo para protestar de sus últimas palabras. Don Jaime no había tenido nunca edad para Margalida: era algo superior, como los santos, que crecen en hermosura con los años... Pero el miedo no la dejó hablar.

Aún tuvo tiempo para tomar igualmente una de las frutas vistosas, partiéndola y mondándola. Pero cuando iba á comerla, la dueña de la casa, libre momentáneamente de sus admiradores, pudo volver hacia él su rostro amoroso, y lo primero que vió fué el enorme pastel empezado y la fruta despedazada sobre el platillo que el héroe tenía en una mano.