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Vuestra hermosura... la ocasión en que os vi... la aventura que sobrevino... yo no , señora, no por qué os amo; pero y os lo digo por la última vez, que este amor, que ha sido el primero para , será también el último. Hizo un movimiento de impaciencia la dama.

Estremecíase con el contacto fresco y suave de sus brazos, con el perfume de hermosura sana, que parecía surgir en chorro voluptuoso del escote de su pecho. El soplo de sus labios le erizaba la epidermis del cuello, esparciendo un estremecimiento por todo su cuerpo... Cuando, abrumado por el cansancio, volvió a Mariquita a su asiento, la muchacha quedó tambaleando, pálida, con los ojos cerrados.

Todas las demás reían alborozadas, como si en vez de un berrido acabasen de escuchar un pasaje de Rabelais. Doña Paula, que sentía por su hijo primogénito admiración idolátrica, y al mismo tiempo guardaba cierto rencor a su hija por sus contestaciones, aunque se hallase grandemente pagada de su hermosura, vino en ayuda de aquél.

La impresión ardiente de una hermosura divina; yo no había visto unos ojos que tuviesen la hermosura, el poder, el dulce fuego que hay en vuestros ojos... y luego vuestros ojos, al arrojar sobre su primera mirada, exhalaron instantáneamente una mirada de sorpresa, y luego una mirada de atención, y luego una mirada que me dijo claro, claro, como me lo podrían decir vuestros labios: soy tuya, tuya, cuando quieras, tuya toda, cuerpo y alma, corazón y vida... pude engañarme; pero yo leí eso sin quererlo en vuestros ojos, lo leyó mi alma, y mis ojos debieron deciros lo mismo...

Si desnudo le pareció a la lavanderilla un ángel o un genio por la hermosura, ya vestido la deslumbró con su majestad, y le pareció el emperador del mundo y el príncipe más adorable de la tierra. Aquellos señores se dirigieron en seguida al comedor y se sentaron en una espléndida mesa, donde había tres cubiertos preparados.

Como en la Audiencia, en todos los balcones de la carrera, después de pasar la procesión y haber contemplado y admirado la hermosura y la valentía de la Regenta, se murmuraba ya y se encontraba inconvenientes graves en aquel «rasgo de inaudito atrevimiento». Foja en el Casino, lejos de Mesía y don Víctor, decía pestes del Magistral y la Regenta. «Todo eso es indigno.

Deseaba ardientemente tener hijos, por dos motivos: primero, para echarle a su cara mitad un lazo más y ligaduras nuevas; segundo, para que la maternidad desgastase un poco aquella hermosura espléndida que cada día deslumbraba más.

La vió en las fiestas de Bib-Arrambla, resplandeciente como una hada; hada sombría doliente y pálida. ¿Por qué tan rica, tan codiciada, de la hermosura gentil sultana, así insensible y así postrada?

Quisiera reunir yo en misma todas las bellezas del mundo, y que nadie más que yo tuviera hermosura alguna sobre la tierra. Porque te quiero, Juan, lo odio todo.

Más valiera que á la cara no me hubiérais echado vuestra hermosura y al alma vuestro amor, que tan caros me han salido. ¡Qué mentir tan villano! ¿Hermosa llamáis á quien habéis despreciado? ¿Llamáis amor á una burla infame? ¡Y después de haberme ofendido de una manera tan odiosa, os burláis aún! ¡He hecho bien en castigaros! Ved que castigándome os castigáis. ¡Yo!