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No me atrevo á abandonar mi puesto, por más que sea un centinela poco fiel, cuya recompensa segura será la muerte y la deshonra cuando haya terminado su triste guardia. Estos siete años de infortunio y de desgracia te han abrumado con su peso, replicó Ester resuelta á infundirle ánimo con su propia energía. Pero tienes que dejar todo eso detrás de .

Muchas tardes en el Congreso, oyendo al jefe que desde el banco azul contestaba con voz incisiva a los cargos de las oposiciones, su cerebro, como abrumado por el incesante martilleo de palabras, comenzaba a dormirse.

El valiente soldado contaba ya unos setenta años de edad, y estaba abrumado de achaques que ni aun su marcial espíritu, ni los recuerdos de sus altos hechos podían mitigar.

Soberbio, engreído estaba Morsamor por todo ello. Y sin embargo, en vez de ensancharse su corazón y de regocijarse, se sentía abrumado en aquellos momentos por amarga tristeza. Un enjambre de pensamientos desconsoladores acudían a su espíritu y le atormentaban y picaban con ponzoñoso estímulo.

Los días mejores dijo señalando con su bastón el horizonte , están aún tan lejos que seguramente ni usted ni yo los veremos. La reforma es lenta, porque el mal es grave y profundo, y sólo se ha de curar trabajándose a mismo. Pienso vivir alejado de toda acción política. Estoy abrumado de experiencias; he visto mucho; cumplí mi misión.

Adriana, sin duda, había hecho una de las suyas, se había burlado de Julio. La sospecha se le hizo certidumbre; recordó que también él había regresado una vez a su casa así, abrumado, aplastado por uno de aquellos fríos desaires con que ella acostumbraba a contradecir la hechicería de su dulzura. No era, pues, la única víctima. Experimentaba, pensando esto, un alivio para todos sus celos.

Al salir á una llanura abierta en la selva enana, se sentó en el suelo, admirando la suavidad del césped. Lo mismo era pasar allí la noche que en la embarcación. No hacía frío, y además él estaba abrumado por el cansancio y por las tremendas emociones sufridas en el mar.

Estremecíase con el contacto fresco y suave de sus brazos, con el perfume de hermosura sana, que parecía surgir en chorro voluptuoso del escote de su pecho. El soplo de sus labios le erizaba la epidermis del cuello, esparciendo un estremecimiento por todo su cuerpo... Cuando, abrumado por el cansancio, volvió a Mariquita a su asiento, la muchacha quedó tambaleando, pálida, con los ojos cerrados.

Cuando más tarde la vio, manifestole su fracaso en cortas y secas palabras. Durante algunos días hizo esfuerzos para alejar de su pensamiento aquella desagradable entrevista y hasta la imagen del blasfemo. Abrumado, abatido por un recibimiento tan brutal, no imaginaba que hubiese medio alguno de combatir aquel diablo rabioso henchido de ira y de impiedad.

La víspera de la fuga, había pasado toda la noche escribiendo. Sabía que no podía enviarle más que una palabra de saludo, pero había escrito toda la noche. A bordo un sueño penoso, una grave pesadilla lo había abrumado.