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Pronunció de una manera tan fatídica estas palabras, que Montiño se aterró; aturdido, embrollado su pensamiento, llegó á creer lo que no había visto claro; esto es: que en efecto y por una terrible casualidad, hermana de las inauditas que le estaban abrumando desde que llegó á Madrid su sobrino postizo, había matado sin quererlo, sin sospecharlo siquiera, al amante de su mujer.

Tal vez se habían precipitado sin quererlo en el mar, al hacer una maniobra de la que él no se dió cuenta durante su sueño.

Jaime Febrer!... Catalina le había visto siempre de lejos; pero cuando entretenía su aburrida soledad con una lectura incesante de novelas, ciertos personajes, los más interesantes por sus aventuras y sus audacias, le hacían pensar siempre en aquel noble del barrio de la Catedral que andaba por el mundo con mujeres elegantes disipando su fortuna. ¡Y de pronto su padre le hablaba de este personaje extraordinario, dando por seguro que iba a ofrecerle su nombre, y con él la gloria de sus ascendientes, que habían sido amigos de reyes!... No sabía ella si era amor o gratitud, pero un sentimiento de ternura que empañaba sus ojos la impelía hacia aquel hombre. ¡Ay, cómo iba a quererlo!

Y ella había realizado ese prodigio naturalmente, sin quererlo, con la sola virtud de su presencia, como la vista del sol hace creer en la luz, como practicaba el bien porque había nacido para practicarlo.

Como Julio a casa no va, ni quisiera yo que fuese, me harás un gran favor. ¿Pero no has conseguido acaso verte con él aquí, en casa? ¿Quieres una prueba mayor? No te enojes, Charito querida, y escúchame... También lo veo en casa de las Aliaga y es allí donde empecé a quererlo, lo sabes.

Sin saberlo, sin quererlo, ¡Dios mío! Lo que no impedirá que vayáis al patíbulo. ¡Dios mío! ¡Dios mío! Ya que habéis matado un hombre, matad una mujer, y nada os acontecerá. Pero ya os he dicho que no me atreveré nunca... ¡oh! ¡no! no tengo valor. No será necesario que la hiráis. No os entiendo. Un cocinero puede matar... ¡Ah! Con un guiso hecho por su propia mano...

Diómela sin quererlo, haciéndome él el encargo; porque habéis de saber, don Francisco, que como os he dicho, yo sabía que es criado de la condesa de Lemos. ¡Ta! ¡ta! ¿y qué sabías ?... Olía de una legua el encargo á faldas... yo soy muy práctico en estos negocios... lo que no pude adivinar, fué que vos fuéseis el galán que había de robar á la justicia. ¡Suerte tenéis!... ¡Como mía!

De todos modos no se descorazonará, porque está bien decidido... Dale una contestación ambigua y espera por lo menos un mes para consentir en el , que es para toda la vida... Dile, por ejemplo, que tomarás un tiempo antes de contestar, porque no estás todavía bien segura de quererlo... Con esto terminó la conversación, tomando cada una postura para dormirse...

Llegaba con la cara radiante y las manos llenas de flores de sus estufas; abrazaba á su querido hijo, le contemplaba, le acosaba á preguntas y daba vueltas á su alrededor con inquieta ternura. Pero prontamente veía que Mauricio no había dejado de quererlo y se iba dichoso. Tomaba precauciones, parque sabía que era espiado.

»Pero ella está hecha para realizar en poco tiempo grandes progresos y ponerse al nivel de nosotros. Alúmbresele un poco y recorrerá con paso gigantesco los siglos... está muy atrasada, ve poco; pero teniendo luz andará. Esa luz no se la ha dado nadie hasta ahora, porque Pablo Penáguilas, por su ignorancia de la realidad visible, contribuía sin quererlo a aumentar sus errores.