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Y aquella mañana, al bajar del tren, entre los apretones de la muchedumbre, el diputado, sordo a la Marcha Real y a los vivas, se levantaba sobre las puntas de los pies, buscando ver a lo lejos, entre las banderas, la casa azul con sus masas de naranjos. Al llegar a ella por la tarde la emoción erizaba su epidermis y oprimía su estómago.

Estremecíase con el contacto fresco y suave de sus brazos, con el perfume de hermosura sana, que parecía surgir en chorro voluptuoso del escote de su pecho. El soplo de sus labios le erizaba la epidermis del cuello, esparciendo un estremecimiento por todo su cuerpo... Cuando, abrumado por el cansancio, volvió a Mariquita a su asiento, la muchacha quedó tambaleando, pálida, con los ojos cerrados.

Y hablando a gritos se había puesto de pie, agitando con fuerza sus puños, como si retorciese una palanca imaginaria. Ya no era el mismo ser tímido, panzudo y quejumbroso. En sus ojos brillaban pintas rojas como salpicaduras de sangre; el bigote se erizaba y su estatura parecía mayor, como si la bestia feroz que dormía dentro de él, al despertar, hubiese dado un formidable estirón a la envoltura.

El contacto de Angustias había impregnado mis nervios ya para siempre: la sensación estaba de continuo sobre , me erizaba el vello con un calofrío placentero. Angustias seguía formando parte de mi ser y me dolía como un miembro amputado. Martirio del corazón, martirio de la carne y martirio de la conciencia, acaso más desesperado que todos.

¡Necesito! ¡Cómo sonó este verbo en el cerebro del santo varón! Lo había oído tantas veces en momentos terribles, que era para él como una voz de alarma que le erizaba el cabello y le detenía la circulación de la sangre. Su abatimiento era tan grande, que si tuviese allí la botella, quizás, quizás la apurase valientemente de un trago.

Eran las bocas de las calles en pendiente, que se remontaban colina arriba, á través de los barrios griegos, mahometanos é israelitas, basta llegar á una meseta cubierta de altos edificios entre las agujas obscuras de los cipreses. La diversidad religiosa del Mediterráneo oriental erizaba á Salónica de cúpulas y torres.

Zarandilla, que falto de vista parecía haber aguzado sus oídos, interrumpió a Rafael, ladeando su cabeza como para escuchar mejor. Muchacho, paece que truena. Palidecía la gran mancha de sol sobre los guijarros del patio; las gallinas corrían en rueda, cocleando, como si quisieran huir de la ráfaga de viento que erizaba sus plumas. Rafael prestó oído también.

618 Iba conociendo el indio que tocaban a degüello: se le erizaba el cabello y los ojos revolvía; los labios se le perdían cuando iba a tomar resuello. 619 En una nueva dentrada le pegué un golpe sentido, y al verse ya malherido, aquel indio furibundo lanzó un terrible alrido que retumbó como un ruido si se sacudiera el mundo.

Bramaba con bramidos la mar brava, La obscura y triste noche entristecia, Las crines y cabellos erizaba, El alma y corazon amortecia; El sexo femenil que lamentaba, En aprieto y angustia mas ponia, Lágrimas, y sollozos, y gemidos, Suspiros, gritos, llantos, alaridos.

A trangullones despachó la comida, apresurándose a largarse a la calle. Tal era su miedo de que la señora le viese, que bajó la escalera a escape, y se le erizaba el cabello pensando en que si Guillermina subía cuando él bajaba, no tendría dónde meterse para evitar su encuentro.