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Díganos usted un día cualquiera, que aunque luego resulte otro, pensaremos que no ha sido por su voluntad. Bueno, pues mañana. ¡Eso tampoco! gritaron ambas solteronas alborozadas. No son ustedes fáciles de contentar. ¿Qué día quieren que me case? Señálenlo ustedes. El conde no había dicho una palabra a nadie de la ruptura de su matrimonio.

Todas las demás reían alborozadas, como si en vez de un berrido acabasen de escuchar un pasaje de Rabelais. Doña Paula, que sentía por su hijo primogénito admiración idolátrica, y al mismo tiempo guardaba cierto rencor a su hija por sus contestaciones, aunque se hallase grandemente pagada de su hermosura, vino en ayuda de aquél.

El niño jugaba con una manzana, haciéndola rodar, una vez en dirección hacia su padre, otra vez hacia . La diversión del chico consistía en engañarnos, amagando hacia y dirigiéndola hacia Jorge, o viceversa. Nosotros nos dejábamos engañar, resonando en nuestras almas las risas alborozadas de Jorgito. Mi niño se ríe como deben reirse los ángeles cuando salen en el cielo las auroras.

El muchacho siguió a su antigua novia. Estaba como si acabase de despertar y todavía no hubiera ahuyentado la modorra del sueño. Aún le zumbaba en los oídos el eco lejano de la extraña sinfonía. En el jardín estaban las jóvenes, muy alborozadas, en torno de Rafael y su amigo Roberto, que acababa de llegar.

Distinguía perfectamente su arrogante silueta en el cuadro luminoso del balcón, entre las otras figuras negras que iban y venían curiosas y alborozadas por el inesperado arribo. Se aproximaron al balcón. Puestos de pie tocaban los hierros del antepecho, y el barbero, erguido en la proa, buscaba el punto más fuerte para amarrar la barca.