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Parecía escapar como una crisálida convertida en mariposa inmaterial, que volara por un mundo irremisiblemente perdido para su corazón. Contempló su propia silueta infantil diseñada como una figura de relieve cubierta de polvo en su recuerdo. Y vio también a Raquel, de seis años, otra figura, otro relieve cubierto de polvo; Raquel vestida de negro, con dos hilos de lágrimas en las mejillas rojas.

Quizá el elemento de los celos no estaba apagado del todo en su apasionado y pequeño corazón. Quizá sería tan sólo que las redondas curvas y la rolliza silueta, ofrecen una superficie más extensa y apta para el roce. Pero como que tales efervescencias estaban bajo la autoridad del maestro, su enemistad a veces tomaba una forma nueva que no se dejaba reprender.

Un punto luminoso se veía efectivamente a los pies de nuestros jóvenes a unas cien varas de distancia. La silueta de Marta volvió a romper las tinieblas y a resaltar sobre la escasa claridad que entraba por el agujero. Oyose en la cueva un sordo y prolongado rumor que hacía sospechar la proximidad del océano. A los pocos minutos salían a la luz.

En la media luz que el farol de la esquina esparcía en aquel rincón se destacaba bien clara la silueta del malagueño recostado sobre la reja, con su americana corta, pantalón claro ceñido y sombrero cordobés de alas rectas. Sin darme cuenta de lo que hacía, avancé con lentitud, el paso vacilante, y me cercioré de que detrás de la reja se hallaba Gloria.

Apenas se percibía el blando soplo de su respiración en las concavidades de las peñas. Hacia el Poniente alzábase la negra silueta del cabo de San Lorenzo que avanzaba mar adentro buen trecho, y en su extremidad un faro movible desparramaba a intervalos iguales sus luces, ora blancas, ora verdes, ora rojizas. En el firmamento brillaban las estrellas con fulgor extraordinario.

Pero Adriana miró a su amiga con cierta dulzura indiferente, de soslayo, y le prometió que en adelante sería más buena con Muñoz. Charito González no era linda ni fea; sus ojos claros, más expresivos hubieran sido hermosos y muy elegante su silueta de ser ella más alta. En su modo y en su trato había esa ambigüedad y esa ausencia de carácter definido que parecían el fondo mismo de su persona.

Emprendimos desde luego la caminata, y, ya fuera porque la noche en el campo se hallaba relativamente fresca, comparada con las molestias del ferrocarril, o porque veía yo próximo el fin de la jornada, el trayecto me pareció corto. A poco de abandonar la estación, dibujarse en las sombras de la noche la silueta de la enorme mole que constituía la famosa hacienda de San Javier.

Volvía a encontrarse en la iglesia, y ella estaba allí, ante él, inclinada sobre su reclinatorio con su linda cabeza encerrada en sus dos pequeñas manos. Luego principiaba a sonar el órgano, y allá en la sombra, a lo lejos, vagamente, Juan divisaba la elegante y fina silueta de Bettina. ¡Una niña, no era más que una niña! Las trompetas llamaron y comenzó de nuevo la maniobra.

Echó una mirada torva y ansiosa por el recinto, y antes que los presentes pudiesen decirle una palabra, corrió á un tonel vacío y se metió de cabeza por la pequeña compuerta, desapareciendo como un relámpago. No habían pasado cinco segundos cuando se dibujó en la puerta la silueta de Firmo de Rivota. Buenas noches, amigos. Buenas las tengas, Firmo.

Alcaparrón sentía cierto orgullo al marchar con aquel personaje del que tanto hablaba la gente. Habían salido a la carretera. Sobre su faja blanca destacábase la silueta del carro, que iba esparciendo en el silencio de la noche el cascabeleo lento de la caballería y los gemidos de los que marchaban a la zaga.