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De un modo ó de otro, menester es que los de Riomontán y de Fresnedo peleen esta noche con nosotros. Ya sabéis que parte de la mocedad de Villoria y de Tolivia aún no ha venido de la siega. De Entralgo y de Canzana también hay algunos por allá. Podéis estar seguros que de nuestros contrarios no faltará uno solo. Los de Lorío y Rivota andan muy engreídos desde la paliza del Obellayo.

Al cabo, mal de su grado, se vieron necesitados á replegarse, y volviendo la espalda, huyeron por la estrecha cañada sombreada de avellanos. Los de Lorío y Rivota los persiguieron largo trecho hasta los confines de la parroquia. Luego se volvieron apresuradamente para desbaratar á los que luchaban todavía en el pueblo.

En un instante no quedó mujer alguna delante de la casa del capitán. De nuevo saltó el mancebillo de Rivota gritando: «¡Viva Lorío!» Y otra vez le siguió el de Canzana contestando impetuosamente: «¡Viva EntralgoEntonces de las filas espesas y amenazadoras de Lorío salió una voz varonil que dijo secamente: «¡MueraFué la señal.

Pero hay uno que lleva su increíble osadía hasta á hacer una clara alusión al tonel en qué nuestro héroe estuvo guardado cuando fué perseguido por Firmo de Rivota, y entonces ¡puño! el hijo de la tía Jeroma salta como un leopardo de los bosques, levanta su mazo... y habría la de Roncesvalles si no intervienen Regalado, el tío Pepón y otros caracterizados personajes allí presentes.

Le sujetan. Forcejea él desesperadamente, soltando espumarajos de cólera por la boca. Al cabo logran que se siente y después que beba un vaso de sidra y se calme, evitando de esta suerte una noche aciaga para Rivota. Ninfas y sátiros.

Y al mismo tiempo le propinaba otro bárbaro pellizco que el bienaventurado Jacinto recibía con el mismo éxtasis y recogimiento. ¿Viniste por Entralgo? No, vine por el monte á caer sobre Rivota. Has hecho bien, porque podías tropezar con los mozos de este pueblo que son muy burros. El joven se encogió de hombros con profundo desprecio. Los mozos de Lorío no me hacen á daño.

Marchaba cantando, y mientras cantaba iba recordando y mientras recordaba iba soñando despierto. Antes de llegar á Rivota, en un recodo del camino sombrío y temeroso oyó una voz que gritó: ¡Alto! Y á pocos pasos delante de distinguió los bultos de unos cuantos mozos que sin duda venían de la lumbrada del Otero. ¿Quién me da el alto? preguntó con arrogancia el joven.

Tal como un león que sale del bosque hambriento y cae sobre un rebaño de ovejas devastándolo en sus garras poderosas, así el mozo de la Braña se introdujo en la falange de Rivota, causando en ella la consternación y el estrago. Los demás le siguen con igual ardor. Rompen las primeras filas. Los del alto de Villoria, hábiles en manejar el palo nudoso, repelen á sus enemigos dispersándoles.

Los del Condado están avisados por ellos y no faltarán tampoco. Si ahora nos quedamos sin la gente de los altos, temo que nuestras costillas vayan hoy molidas á la cama. El jueves, en la Pola, tropecé en la taberna del Colorado con Toribión de Lorío y Firmo de Rivota, y después de ofrecerme un vaso de sidra, me dijeron con sorna: «Adiós, Quino: que no faltes el sábado de Entralgo».

Á fuerza de palos, ¡puño! ¿Cuándo me has visto brincar atrás ó esconder el cuerpo al empezar la bulla? Al empezar no, pero al concluir te han visto muchos entre los pellejos de vino ó detrás de las sayas de las mujeres. ¡Mientes, puño! ¡Mientes con toda la boca! El día del Obellayo si no es por , que di la cara á Firmo, os llevan los de Rivota de cabeza al río.