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En mi mocedad siempre andaba por las iglesias, y no de puro buen cristiano. Muchas veces me hubieran llorado en el asno si hubiera cantado en el potro. Nunca confesé sino cuando lo mandaba la Santa Madre Iglesia. Preso estuve por pedigüeño en caminos y a pique de que me esteraran el tragar y de acabar todos mis negocios con diez y seis maravedís: diez de soga y seis de cáñamo.

También, como ya le dije a Vd., ha querido enseñarme la esgrima, y después a fumar y a tirar la pistola y a la barra; pero en nada de esto he consentido yo. ¡Qué diferencia exclama mi padre , entre tu mocedad y la mía! Y luego añade riéndose: En sustancia, todo es lo mismo.

La fe se bastardeaba convirtiéndose en devoción superficial y mundana; las clases sociales se fundían derretidas por la fiebre del oro; el principio de autoridad cedía en vez de resistir; todo lo que él consideró esclarecido y alto tendía a oscurecerse y caer, todo lo vil y bajo a brillar y subir; lo poco antes calificado de utopia era casi realidad, los sueños se hacían tangibles y a las amenazas se respondía con reformas; lo que en su mocedad se dominaba a tiros, ahora se arreglaba con fórmulas.

En Cádiz, en el Puerto, en Sevilla y en otros lugares andaluces, había pasado su primera mocedad, tratándose con majos, contrabandistas, chalanes y otra gente menuda, sin picar al principio muy alto y sin elevarse sino muy rara vez hasta los señoritos. Así es, que en dicha primera mocedad, había sido algo descuidadilla.

El Gran Capitán no supo callar entonces. Contó a doña Beatriz los fugitivos amores de su mocedad primera. Y hasta hay quien dice que le citó, asomando el llanto a sus ojos, algo de la carta que le había escrito doña Mencía, y que él conservaba piadosamente en la memoria.

Día a día, cada vez más alerta, visitaba Ramiro el arrabal de Santiago. El temor del peligro le había dejado para siempre desde los primeros años de mocedad. Consideraba ahora, con fatalista desenfado, la propia vida y la ajena. El orgullo de su misión vino a duplicar su ardimiento. Era un agente de Su Majestad, portador de grave secreto de gobierno.

Verdad que todos estamos condenados a morir, y no es chico mal la muerte, sobre todo cuando se la contempla desde la cumbre de la vida, en el pleno goce de la mocedad y del brío sano de nuestra primavera; pero en circunstancias normales, en la vida burguesa, ordenada y política que hoy se vive, es difícil, cuando no imposible, que aparezca o se en cualquier sujeto un caso de heroísmo, de sufrimiento extraordinario, de entereza sublime o de otra virtud magna y pasmosa, sin que aparezca o se , como motivo u ocasión, en otro sujeto o en varios, un caso de vicio o de maldad o de fiereza no menos fuera de todo término razonable.

Lo que entre los dos pasó allí no se sabe: el efecto , y fué que el conde de Belalcázar D. Juan de Sotomayor, siendo mozo soltero y de aventajadas prendas, renunció su estado en su hermano D. Gutierre, y dejando el mundo se hizo religioso. Fué muy estremado en todas las virtudes, señaladamente en la humildad, pues la misma tierra que habia sido teatro de su alegre mocedad, le vió, siendo Fr.

Bob Cass ejecutaba las figuras de un «hornpipe». Muy orgulloso con la agilidad de su hijo, el squire declaró repetidas veces que Bob era exactamente lo que había sido él en su juventud, con un tono de voz que implicaba que aquella habilidad era el rasgo supremo de mérito en la mocedad.

Dizele el mancebo, Todo ešto guardé dešde mi mocedad. Que mas me falta? Dizele Iešus, Si quieres šer perfeckto, Anda, vende lo que tienes, y da [lo]