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Veíanse sayas rojas o verdes como los pimientos, color de almagre como las calabazas, moradas como las berenjenas, capas y coletos pardos como la piel de los tubérculos, negras ropas de ancianos que iban tomando la torcida color de las alubias, vistosos dengues y pañolones donde parecía haberse reventado toda la hortaliza.

Y, queriendo pasar adelante y romperlo todo, al improviso se le ofrecieron delante, saliendo de entre unos árboles, dos hermosísimas pastoras; a lo menos, vestidas como pastoras, sino que los pellicos y sayas eran de fino brocado, digo, que las sayas eran riquísimos faldellines de tabí de oro.

Algunas viejas con negras sayas de viuda detenían a Maltrana para hablarle de sus hijos, que estaban en Melilla o en Ceuta. Por na, señor gimoteaban . Un acaloramiento. Llevaban la churí en la faja, y al faltarles, pues... pincharon. Su mersé debe tener buenas influencias... Vea de sarcarles un indulto, o que los pasen a un presidio mejor.

Por las estrechas calles de la isla corría la lluvia formando arroyos, y descalzos o hundiendo sus zapatos en el agua, llegaban hombres con hachones y trabucos; mujeres guardando sus pequeñuelos bajo la hinchada tienda que formaban las sayas subidas a la cabeza.

Le gustaban estas mujeres: iban vestidas de negro, con amplias sayas y gorros blancos y rígidos que traían á su memoria las tocas de las monjas... Algunas muchachas, altas, carnudas, de ojos azules y cándidos, reían con el español sin entenderle una palabra. Las viejas, de cara fruncida y obscura como las manzanas invernizas, chocaban su vaso con el de Caragòl en los cafetuchos vecinos al puerto.

Temían a las oficinas de inmigración de Buenos Aires, prontas a rechazar las gentes enfermas o de contagiosa suciedad, obligando al buque a repatriarlas gratuitamente. En los «latinos» de proa verificábanse iguales transformaciones. Las comadres de Nápoles y de Castilla abrían sus arcas para extraer sayas y corpiños.

Feli pensaba que aquel hombre había nacido para llevar una sotana, un hábito, una envoltura talar. Se movía y andaba como si unas sayas invisibles estorbasen su paso.

Panoramas. El Lagnas. Aguas minerales. El río Quiapo y el Maasim. Barrio de Maasim. Su riqueza y necesidades. Un indio rico. Apunte de una idea financiera. Cambio de caballos. Vista de Tiaong. Su situación, límites, historia, salubridad, productos y estadística. Aspecto del pueblo. Inclinaciones de sus habitantes. La resistencia pasiva. Falta de edificios. El consabido baile. Brillantes y sayas.

La noche de nuestra llegada hubo su correspondiente baile en la casa del Gobernadorcillo, y en ella vimos reflejarse la riqueza del pueblo. Había india que lucía valiosas perlas y gruesos brillantes; llamando sobre todo nuestra atención, lo extremadamente largo de las colas de sus ricas sayas. Las quintas y elecciones se hicieron en el camarín que sirve de escuela.

Estaban allí ya la marquesa de Ujo y su hija, siempre con las sayas a media pierna, el general Patiño, Lola Madariaga y su marido, Clementina Salabert con su dama de compañía Pascuala y otras varias personas, entre ellas el padre Ortega. Como en realidad a él le correspondían los honores de la tarde y era el director de la fiesta, todos le rodeaban formando grupo en medio del salón.