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Le gustaban estas mujeres: iban vestidas de negro, con amplias sayas y gorros blancos y rígidos que traían á su memoria las tocas de las monjas... Algunas muchachas, altas, carnudas, de ojos azules y cándidos, reían con el español sin entenderle una palabra. Las viejas, de cara fruncida y obscura como las manzanas invernizas, chocaban su vaso con el de Caragòl en los cafetuchos vecinos al puerto.

En la parte más pulcra suele haber azúcar, café, salvia, tila, manzanilla, y hasta a veces, que antes sólo en la botica se hallaba. Del techo cuelgan egregios y gigantescos jamones; y, alternando con esta bucólica manifestación del reino animal, dulces andregüelas invernizas, uvas, granadas y otras frutas.

Hora: poco antes del mediodía. Lugar: en los aledaños de la ciudad de Pilares. Es un día de primavera septentrional. Tierra y cielo, dos gracias femeninas. La tierra, de verdor perenne y tupido, está acicalada y alindada prodigiosamente, y no ha usado de otro afeite ni compostura que las aguas y nieves invernizas.

Bien me parecían todas estas cosas, siquiera por el lado pintoresco que tenían y el fondo patriarcal y sencillote en que destacaban; pero me parecían mucho mejor los ratos que pasaba en la intimidad de Mari Pepa y de Lituca, y principalmente en la de Lituca sola, porque de todo había y para todo daban aquellas largas horas invernizas.

Dijéranlo, si no, sus compañeras de glorias y fatigas mundanas, Sagrario y Leticia: más invernizas y deshojadas que ella iban poniéndose, miradas a buena luz, y aún triunfaban y lucían y se consideraban a lo mejor del camino, soñando, porque volvían la espalda al invierno que las espantaba, que corrían hacia la primavera.

Muchas veces junto al fuego En las noches invernizas Cruzaban breves las horas Mirando al fuego que ardia, Siguiendo su oscilacion Y viendo brotar sus chispas, Que en sus fantásticos giros Todo el hogar recorrian, Hasta caer soñolientas Entre pálidas cenizas; Y entonces en los carbones Que á trecho en trecho lucian, Como dos ojos ardientes Sobre frente encanecida, Nos parecia leer: «¡Oh, no tener una hija

La cabeza era exigua; su rostro tenía el arrugamiento de las manzanas invernizas, de las ciruelas, de todas las frutas que se contraen y momifican, perdiendo su líquido. «¡Doña Pepa!...» Los dos viejos se tuteaban ahora en presencia de Ulises, con la tranquila amoralidad de los que se ven próximos á la muerte y olvidan los temores y escrúpulos de una vida que se va derrumbando á sus espaldas.