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Aldea me ha dado este papel, y se ha marchado, diciéndome que le había ofendido. Y mientras los circunstantes se miraban unos a otros, el duque, poseído de una sorpresa inconcebible, sin darse exacta cuenta de lo sucedido, atento sólo a su propio regocijo, leía y releía el nombramiento por cima de las hermosísimas cabezas de su esposa y su hija.

Después venía la exhibición de recuerdos más íntimos; joyas hermosísimas, costosos juguetes, relatos de las seratas d'onore presentados en el camerino, mientras el público aplaudía delirante, y ella, bajando su lanza, saludaba en las candilejas, bajo una lluvia de talco y flores, rodeada de lacayos que sostenían grandes ramos.

Hay allá, al extremo de los salones, un rincón florido en el que esas señoritas han establecido su cuartel general. Están hermosísimas esta noche; Mabel d'Ornay deslumbra; pero usted va a eclipsarlas; está usted maravillosa con su toilette. Vaya dijo María Teresa con coquetería, no me haga tantos cumplimientos al empezar la noche, no tendría nada que decirme a las dos de la mañana.

Plaza de bastante animación comercial, se distingue por su aspecto de elegancia y gusto, y su posición le procura hermosísimas vistas sobre los Pirineos, el valle de Loyola y el Océano. Allí los pasaportes salen á luz y reciben una nota que le cuesta cinco francos al viajero, sin perjuicio de registros y derechos al pasar la frontera.

»Amigo mío, durante dos días he vivido tan lejos de la sociedad, cual si me hubiera transportado a otro planeta; he podido apreciar la rara hermosura de un día de sol, la pureza del ambiente, la profunda melancolía de la noche, mar donde el pensamiento navega a su antojo sin llegar jamás a ninguna orilla; he experimentado la indecible satisfacción de que centenares de hombres con casaca, entorchados y sombreros de distintas formas, pero todos más feos que los que en Egipto ponen al buey Apis, pasen junto a sin saludarme; he conocido el purísimo deleite de ver pasar los minutos, las horas, los días, cual cortejo de dulces sombras que llevan en sus suaves manos la vida, a la manera de aquellas deidades hermosísimas que pintaron los antiguos, transportando en sus brazos las almas de los justos al cielo; he saboreado las delicias de no ir a ninguna parte deliberadamente, de sentir mis hombros libres de toda obligación, de no sentir en mi pensamiento ese hierro candente cuya quemadura significamos en el lenguaje con la palabra <i>después</i>, y que encierra un mundo de deberes, de ocupaciones, de molestias sin fin.

Sobre este monte parescieron nueve hermosísimas doncellas que representaban las nueve musas, cantando y tañendo muy suavemente, etc.» M. S. contemporáneo de la coleccion del Sr. D. Valentin Carderera. Este consejo fué instituido por el severo duque de Alba en Flandes.

En tanto, pues, que esto pasaba Sancho, estaba don Quijote mirando cómo, por una parte de la enramada, entraban hasta doce labradores sobre doce hermosísimas yeguas, con ricos y vistosos jaeces de campo y con muchos cascabeles en los petrales, y todos vestidos de regocijo y fiestas; los cuales, en concertado tropel, corrieron no una, sino muchas carreras por el prado, con regocijada algazara y grita, diciendo: ¡Vivan Camacho y Quiteria: él tan rico como ella hermosa, y ella la más hermosa del mundo!

Así, en El Cortesano de Castiglione: "Del uno es la que usó el gran Alexandre con la mujer y hijas hermosísimas de Dario, enemigo y vencido: la otra es de Scipion, a quien siendo de edad de veinte y cuatro años, y habiendo en España tomado por fuerza una ciudad, fué traida una muy hermosa y muy principal moza, presa entre otras muchas, y siendo Scipión informado ser ésta esposa de un señor de aquella tierra, no solamente no quiso llegar a ella, mas volvióla a su marido con grandes dádivas."

Oyéronse en esto grandes alaridos y llantos, acompañados de profundos gemidos y angustiados sollozos; volví la cabeza, y vi por las paredes de cristal que por otra sala pasaba una procesión de dos hileras de hermosísimas doncellas, todas vestidas de luto, con turbantes blancos sobre las cabezas, al modo turquesco.

De la pared colgaba una grande y hermosa lámina detrás de cuyo cristal se veían dos trenzas negras de pelo, hermosísimas, enroscadas al modo de culebras, y entre ellas una cinta de seda con este letrero: ¡Hija mía! «¿De quién es ese pelopreguntó Jacinta vivamente, y la curiosidad le alivió por un instante el miedo.