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«Frecuentaremos la sociedad así que pasen las primeras semanas de luto. Mi tío dice que soy muy joven todavía; pero tampoco puedo quedar sola en el Pavol. Si quisieran obligarme a ello, bien sabéis, señor cura, que no me quedarían más que dos caminos que tomar: tirarme por la ventana o prender fuego al castillo.

Que se pongan inmediatamente en camino para Nieva... procurando no asomarse a las ventanillas cuando pasen por aquí. Que arreglen el asunto lo más pronto posible y envíen el aviso del día y la hora a Sarrió. lo recibes allí y me lo traes inmediatamente... Después ya me arreglaré para salir de aquí sin que tu padre y Cecilia lo adviertan.

En cambio del anterior, recomiendo á los aficionados á la pintura que pasen por Lucban, una Purísima que el Padre Mena tiene en el salón del convento, sacada de entre el polvo y las telarañas que ha muchos años ocultaban su mérito en la húmeda meseta de la escalera. Según las crónicas de la orden de San Francisco, la iglesia y convento que hoy existen fueron concluidos el año 1738.

«No les ruego que pasen, porque esta no es mi casa... Me he instalado aquí provisionalmente, mientras se arregla la habitación de abajo donde estaba la generala.

Ni siquiera de cumplido, hombre: «pasen ustedes un momento... avisaré a don Alejandro...» para hacerle el homenaje de amigos... eso es... Pues nada, Leto... portazo, ¡caray! ¿Se habrá sabido aquello? ¿Habremos caído en desgracia?... Si es de cuidado lo de ella... por lo mismo; y si no lo es, igualmente... Vamos, que no hallo razón para el... llamémosle desaire, eso es, inmerecido... Y no me duele por desaire, no, señor: me duele como síntoma, como síntoma de un enojo... eso es, del señor don Alejandro... ¡Caray! con lo que yo le estimo y le... ¿Lo ves de otro modo, Leto?

Aquí están dijo el señor ingeniero y su hermano, el caballero de anoche. Miraban los tres hombres con visible interés al ciego que se acercaba. Hace rato que te estamos esperando, hijo mío dijo el padre tomando a su hijo de la mano y presentándole al doctor. Entremos dijo el ingeniero. ¡Benditos sean los hombres sabios y caritativos! exclamó el padre, mirando a Teodoro . Pasen ustedes, señores.

¡Buenos días, don Melchor! ¡Cuánto gusto! exclamó palmoteando la dueña de casa. ¡Cómo está, doña Ramona! ¡Para servirlo!... «entre adentro» que está fuerte el sol... pasen, señores. ¿Y Anastasio? Anda por el campo, señor... y ¡miren que han venido temprano!... pero, ¿a qué hora salieron, don Baldomero? No me fijé, amiga... serían las cinco.

Las criaturas tienen casi siempre la desgracia de que las grandes cosas no pasen en su casa. Esta vez nuestra tía ¡casualmente nuestra tía! ¡enferma de viruela! Yo, chico feliz, contaba ya en mi orgullo la amistad de un agente de policía, y el contacto con un payaso que saltando las gradas había tomado asiento a mi lado.

Porque verdaderamente, ¡caray! sin una razón así, no se penetra... Por último, hijo del alma: hagámonos superiores mientras pasen esos pocos días que dice el señor don Claudio... y Dios dirá, eso es; Dios dirá luego... Pero por lo pronto, duele, , señor... ¡caray, si duele!

Y así ocurre el que unos hombres que no necesitan vagonetas absolutamente para nada se pasen la vida comprándoles vagonetas a otros hombres que no las tienen. Y quien habla de vagonetas, habla de traviesas. Y quien habla de traviesas, habla de clavos. Y quien habla de clavos, habla de brea. Y quien habla de brea, habla de barcos. Y así sucesivamente.