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Vino luego un exército de frayles en filas de dos en dos, blancos, negros, pardos, calzados, descalzos, con barba, imberbes, con capilla puntiaguda, y sin capilla; iba luego el verdugo; y detras, en medio de alguaciles y duques, cerca de quarenta personas cubiertas con sacos donde habia llamas y diablos pintados.

El júbilo que le causaba la cobranza de aquel dinero que creía perdido era tan grande, que sus ojos pardos le lucían como dos carbones encendidos, y su boca traía bosquejada una sonrisa. Desde que la vio entrar, conoció Maximiliano que su cólera se había aplacado.

Veíanse sayas rojas o verdes como los pimientos, color de almagre como las calabazas, moradas como las berenjenas, capas y coletos pardos como la piel de los tubérculos, negras ropas de ancianos que iban tomando la torcida color de las alubias, vistosos dengues y pañolones donde parecía haberse reventado toda la hortaliza.

Era hombre de carácter siempre que su tía no le clavase la flecha de sus ojuelos pardos y sagaces, y viose tan perdido que se apresuró a variar la conversación, preguntando a su tía cuántos años tenía doña Melitona.

Era lo que veían los cazadores un descanso, y nadie podría expresar hasta qué punto aquellos seres venidos de tan lejanas tierras, con sus rostros cobrizos, sus grandes barbas, sus ojos negros, su frente hundida, su nariz chata y sus harapos pardos, parecían extraños y pintorescos al borde de la laguna, al pie de las ingentes rocas verticales que sostenían los verdes abetos junto al cielo.

Particularmente hacia el Este y hacia el Norte, parecía no tener límites a mi vista, poco avezada a estimar espectáculos de la magnitud de aquél; y era de una originalidad tan sorprendente y extraña, que no acertaba a darme cuenta cabal ni de su naturaleza ni de su «argumento». Por el Sur se dominaba el hermoso valle de Campóo, ya en otra ocasión visto y admirado por ; en la misma dirección y más lejos, los tonos pardos de la tierra castellana; más cerca, el Puerto de marras con sus monolitos descarnados y su soledad desconsoladora.

Frisaba ya doña Lupe en los cincuenta años, mas estaba tan bien conservada, que no parecía tener más de cuarenta. Había sido en su mocedad frescachona de cuerpo y enjuta de rostro, y tenía cierto parecido remoto con Juan Pablo. Sus ojos pardos conservaban la viveza de la juventud; pero tenía cierta adustez jurídica en la cara, acentuada de líneas y seca de color.

El Magistral dominaba por completo a Olvidito y Olvido mandaba en su papá por la fuerza del cariño y por su conocimiento de lo que llamaban allí buen tono. Olvido era una joven delgada, pálida, alta, de ojos pardos y orgullosos; no tenía madre y hacía la vida de un idolillo próximamente, suponiendo actividad y conciencia en el ídolo.

Y nunca estaba Jacinta más celosa que cuando su marido se daba aquellos aires de formalidad, porque la experiencia le había enseñado a conocerle, y ya se sabía, cuando el Delfín se mostraba muy decidor de frases sensatas, envolviendo a la familia en el incienso de su argumentación paradójica, picos pardos seguros.

De aquí saltó la conversación a hablar de Jacinta. ¡Ah! Jacinta era una mujer muy mona: lo tenía todo, bondad, belleza, talento y virtud. El danzante de Juan no merecía tal joya, por ser muy dado a picos pardos. Pero fuera de esto, era un excelente chico, y muy simpático, pero mucho. «Ya sabrá usted dijo luego , que cayó malo con pulmonía en Febrero de este año. Por poco se muere.