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La Capilla de Tell, objeto de alta y justa veneracion en el país, no por lo que ella es, sino por las tradiciones que hace evocar, es un templete abierto en forma de arcada, construido sobre una roca y casi al nivel del lago, y encuadrado en un marco de abetos y peñascos.

Imaginad por un momento un inmenso grupo ú archipiélago terrestre compuesto de jardines lucientes de verdura y abismos de concavidad insondable y aterradora; de alegres huertos y rocas desnudas, formidables y sombrías que los dominan; de lujosos plantíos entrecortados por habitaciones campestres de imponderable gracia, al pié de coronas y guirnaldas seculares de negros pinos y abetos, ciñendo los ásperos relieves y las concavidades abruptas de cerros que parecen gigantes evocados en una pesadilla; de ciudades risueñas, industriosas y activas, donde abundan los bellos monumentos del arte y de la ciencia, y rústicos y solitarios caseríos encuadrados ó perdidos en las profundidades de las selvas.

Al cabo, el bosque termina, el terreno se nivela, el Arve presenta un curso ménos tormentoso, las montañas se abren un poco, y el valle de Chamonix, tapizado de flores, helechos y gramales, y poblado de mieses y animales de cria, se desarrolla seductor, dominado á un lado y otro por estupendos peñascos ó cerros de granito, bosques elevados de abetos y pinos, y mares de hielo que tienen la triste solemnidad de la desolacion.

A lo lejos, en el valle, se dibujaban con una limpidez extraordinaria las flechas de los abetos, los lomos rojizos de las rocas, los tejados de los caseríos, con sus estalactitas de hielo pendientes de las tejas, sus ventanillas centelleantes y sus agudos mojinetes.

Allí en la torre que vistió la yedra Su luz derrama la naciente luna, Y el buho errante de una en otra piedra Con su queja las ruinas importuna. Aquí á la sombra de olmos y de abetos En tumbas que la grama festonea, Duermen en tierra, ya por siempre quietos, Los rústicos abuelos de la aldea.

Era lo que veían los cazadores un descanso, y nadie podría expresar hasta qué punto aquellos seres venidos de tan lejanas tierras, con sus rostros cobrizos, sus grandes barbas, sus ojos negros, su frente hundida, su nariz chata y sus harapos pardos, parecían extraños y pintorescos al borde de la laguna, al pie de las ingentes rocas verticales que sostenían los verdes abetos junto al cielo.

Y además el silencio, ese gran silencio del invierno...; la nieve todavía blanda, que cae de la copa de los altos abetos sobre las ramas inferiores que se inclinan; las aves de rapiña, dando vueltas de dos en dos por encima de los montes y lanzando sus gritos de combate: cosas son ésas que sólo se pueden ver, que no se pueden describir.

Oyose un estruendo horrible debajo; saltaron trozos de abetos en infinitas direcciones, y la enorme piedra rebotó a unos cien pasos con nuevo ímpetu, descendió luego una rápida pendiente, y de un último salto fue a caer sobre Yégof, aplastándole a los mismos pies del general enemigo. Todo ello fue obra de escasos segundos.

Apénas, al pasar por entre bosques de encinas y abetos, se ve á un lado la famosa floresta que constituye la especialidad de Fontainebleau, rica en preciosas y aromáticas maderas de ebanistería y construccion, y de una suntuosa hermosura, verde y brillante en la primavera y el estío, variada y melancólica en el otoño.

Caminábamos sin ver ni un rayo del sol poniente, bajo bóvedas y pabellones interminables de verdura sombría reposando sobre columnatas colosales de abetos, revestidas de líquenes y musgos. Ningún ruido extraño se mezclaba al eco de las pisadas de nuestros caballos y á ese rumor vago, sin causa visible pero eterno, que es la voz misteriosa de las florestas.