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Nada tan pintoresco como aquella parada en medio de la nieve, en el fondo del desfiladero rodeado de abetos altísimos que llegaban hasta las nubes; a la derecha, los valles se unen unos a otros hasta perderse de vista; a la izquierda, las ruinas del Falkenstein se recortan en el cielo.

A la izquierda se eleva la cúspide del Donon, sembrada de rocas y de algunos abetos achaparrados. Delante, el camino estaba interceptado: la tierra de los desmontes se había dejado correr sobre la nieve, y varios árboles corpulentos, con las ramas sin cortar, se hallaban atravesados en la carretera.

Aniquilado por la impaciencia, me arrinconé en el asiento, delante de la anciana y junto al ganadero; recogí la indomable cortina y me puse a contemplar el paisaje, aquellos campos fértiles y ricos, aquellas montañas cubiertas de abetos, vistos diez años antes, a través de las lágrimas, una fría mañana del mes de Enero a los fulgores purpúreos del sol naciente.

Allá arriba, bajo la pálida claridad que refleja el cielo del Norte, hay abetos de ramas obscuras: á la claridad vivificadora del mediodía, viven tan á gusto como en una espaldera los alerces de delicado verdor. Como las plantas que buscan para florecer los rayos del sol, el hombre ha elegido para morada suya las pendientes que miran al Mediodía.

A la izquierda, en una elevada montaña, se alzan las ruinas del antiguo castillo de Falkenstein, destruido, hace doscientos años, por los suecos. Del castillo no queda mas que un montón de escombros erizado de zarzas; un antiguo camino de schlitte , de escalones desgastados, asciende entre los abetos.

Únicamente dos ó tres abetos, más robustos que los restantes, se han adelantado, semejantes á campeones.

En la montañosa, principalmente del lado del Jura, se ven ricos prados naturales, poblados de pastores, ganados, queserías y chalets, y de extensos y espesos bosques de pinos, hayas y abetos explotados para el comercio de maderas.

Cuando la Luna salió tras los altos abetos alumbrando los tristes grupos de sitiados, Hullin era el único que velaba, presa de los ardores de la fiebre.

Solitaria, cortada por varias carreteras y un ferrocarril, llena de ricos aromas, la floresta nos encantaba con su silencio profundo, interrumpido solo á veces por algun lejano silbido de locomotiva, y sus hermosos y oscuros pabellones, reposando sobre altas columnatas de abetos y pinos, parecian anticipar la noche con sus poéticas sombras.

19 de julio. Ha llegado mi marido, y hemos salido con nuestros hijos a dar un paseo por las altas montañas, que parece como si crecieran impulsadas por la poderosa mano de Dios; están pobladas de hayas, abetos y retama, cuyas amarillentas flores aseméjanse a láminas doradas sobre un fondo verde: de trecho en trecho hay grandes matorrales entre hierbas, sobre los que se distinguen algunos carneros; a cada momento se encuentran lindas cascadas que se desprenden de lo alto de las rocas y serpentean sus aguas por entre las hojas y los abetos más verdes que los otros por la continua humedad que reciben.