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Actualizado: 4 de julio de 2025


Por último, dirigió al azar una mirada y vio distintamente una hoguera en la cumbre del Giromani, al otro lado del Blanru, una hoguera que barría el cielo con su ala púrpura y retorcía la sombra de los abetos proyectada en la nieve.

El camino gira, entónces á la altura de Servoz, por entre laberintos de peñascos destrozados y bosques seculares y espesos de pinos y abetos, donde yacen dispersas esas rocas erráticas que han sido uno de los misterios de la geología, revelaciones del poder asombroso de las neveras viajando sobre las faldas de los cerros.

Condiciones históricas, sociales y políticas del Canton. El cielo estaba lleno de luz y esplendor y las brisas de la mañana rizaban las ondas y nos llegaban de las montañas cargadas de los ricos aromas que emanan de los bosques de abetos, cuando subíamos á bordo de un gracioso vaporcito, que en breve comenzó á cortar como un cisne pardo las bellas aguas del lago de Brienz.

Después de algunos minutos de marcha, atravesamos un puente de madera echado sobre un río y nos hallamos delante de una puerta maciza y ogival abierta en una especie de torre y flanqueada por dos torrecillas. Era esta la entrada del antiguo castillo. Robles y abetos seculares forman, alrededor de estos despojos feudales, un cerco misterioso que les da un aire de profundo retiro.

Por bajo de las grandes cumbres y de los círculos superiores, donde se amontona la nieve en capas altas como casas, se ven á medias los bosques de abetos.

Por encima de los bosques de abetos y de su vanguardia expuesta á todas las tempestades, todavía crecen árboles, pero son de especie que, en vez de elevarse hacia el cielo, se arrastran por la tierra y se escurren miedosamente por las fragosidades para huir del frío y del viento.

La primera aparición del invierno, ocurrida mientras dormimos, tiene algo de sorprendente: los viejos abetos, las rocas, cubiertas de musgo, que la víspera se adornaban de verdor y que ahora centellean llenas de escarcha, producen en el alma una tristeza indefinible. «Ha pasado otro año nos decimos , y otra vez tenemos que sufrir los rigores del tiempo antes que vuelva la primavera.» Y nos apresuramos a vestir la recia hopalanda y a encender el fuego.

Nada mas apacible y gracioso en su género que el vallecito de Lungern, rodeado de muy altas montañas por tres lados, como una calle sin salida, y cuyas praderitas verdes y lustrosas se encuadran maravillosamente en el marco sombrío de los bosques de abetos surcados por algunos derrumbes.

La nieve había cesado de caer y la Luna brillaba entre dos grandes nubes, una blanca y otra negra. La estrecha garganta, bordeada de ingentes rocas cortadas a pico, se extendía bastante lejos, y sobre ambos lados los abetos gigantes se elevaban hasta perderse de vista. Nada turbaba en aquel lugar la calma de los grandes bosques; dijérase que se hallaban muy lejos todas las agitaciones humanas.

Los montañeses que formaban la partida le siguieron con la mirada. Sus largos cabellos rojos y rizados, sus enjutas y prolongadas piernas, sus anchos hombros, sus movimientos ligeros y rápidos, todo revelaba que, en caso de ocurrir un encuentro, cinco o seis kaiserlicks no saldrían bien parados de semejantes hombres. Al cabo de un cuarto de hora, rodearon el monte de abetos y desaparecieron.

Palabra del Dia

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