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Actualizado: 4 de julio de 2025
Herminia se refugió en su habitación y con la ventana abierta soñó, contemplando la luna que aparecía por encima de las hayas y las plateaba con su luz. Una paz profunda reinaba en la campiña. Solamente los buhos hacían oir en los abetos su grito monótono y triste. La joven pensó que acaso estaba destinada á vivir siempre en aquella soledad y aquel silencio.
Sinembargo, su riqueza principal está en las crias de excelentes ganados, la valiosa fabricacion de quesos, la explotacion de sus florestas de abetos y el cultivo de frutas, legumbres, etc.
Perensejo, han tenido la satisfaccion de salvarse con las piernas rotas.» La subida desde el valle de Chamonix hasta el sitio llamado «Hospicio de Montanvers» es larga y laboriosa. El áspero sendero serpentea por entre enormes peñascos, bosques mas ó ménos tupidos de abetos y pinos, enmarañadas malezas y pedriscos tapizados de musgo y helechos enanos.
¡Ja, ja, ja! exclamaba el contrabandista ; estaba seguro que los miserables se detendrían alrededor del furgón para beberse el aguardiente, y que la mecha tendría tiempo de prender en la pólvora... ¿Creen ustedes que nos perseguirán? Sus brazos y sus piernas han volado a las copas más altas de los abetos... ¡Vamos, arre! ¡Quiera el cielo que suceda lo mismo a cuantos acaban de pasar el Rin!...
A la izquierda, se levantaba una alta muralla de rocas salpicadas de musgo; robles y abetos, interpolados con yedras y malezas pendientes, se ostentaban en las grietas, hasta la cumbre de la escarpada ribera, arrojando una sombra misteriosa sobre el agua profunda que bañaba el pie de los peñascos.
Sobre el fondo luminoso resalta, perfectamente recortada, la figura negra del bosque de abetos, que, triste y silencioso, rodea el llano. A medida que se aproximan, los mugidos del agua llegan cada vez con más fuerza a sus oídos... Los rayos del sol poniente se reflejan en los torbellinos de las ondas, y las gotas de espuma que saltan son otras tantas chispas.
Despues de una hora de marcha lenta y perezosa por un sendero pedregoso y rudo, subímos á un estrecho volador que ceñia el costado del cerro. Toda vegetacion artificial habia desaparecido, y caminábamos al traves de enormes derrumbes que las nieves y las lluvias producen, al pié de manchas de abetos deteriorados por los huracanes.
La cuesta caracoleaba por entre lomas y peñascos, en el centro de una angosta garganta formada por colosales y desnudas moles de granito, cercadas en sus bases por bosques seculares de abetos. De trecho en trecho encontrábamos algun rústico chalet solitario aguardando que el otoño hiciese volver sus habitantes, ó veíamos alguna praderita medio escondida en medio de los bosques.
El sol se ocultaba ya; las nieblas ascendían del profundo seno de los valles; deteníanse un momento entre los obscuros bosques y las negras gargantas de la cordillera, como un rebaño gigantesco; después avanzaban con rapidez hacia las cumbres; se desprendían majestuosas de las agudas copas de los abetos e iban por último a envolver la soberbia frente de las rocas, titánicos guardianes de la montaña que habían desafiado allí, durante millares de siglos, las tempestades del cielo y las agitaciones de la tierra.
Y al mirarle nosotros, extrañados de sus palabras, añadió: «En aquel tiempo los bosques de abetos eran bosques de robles... El Nideck, el Dagsberg, el Falkenstein, el Géroldseck, todos los viejos castillos ruinosos aún no existían.
Palabra del Dia
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