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Cubierta sólo de aquel velo amarillo, cuyos caireles tocaban el suelo, Aixa plantose en el fondo de la cuadra con las manos en las caderas, los codos en alto, la cabeza hacia atrás. Dos rosas rojas ardían como llamas sobre sus cobrizos cabellos. Su cuerpo comenzó a quebrarse hacia uno y otro lado con lenta contorsión. Un gesto a la vez lastimero y anhelante agrandaba su gruesa boca palidecida.

Dentro de ella cabalgaban sobre caballos en pelo los guerreros de la horda indígena en insolente avance sobre los núcleos de civilización pastoril enclavados audazmente en el desierto. Eran demonios cobrizos, de lacias y aceitosas melenas sujetas por una cinta, ávidos de aumentar con nuevas vacas y hembras blancas la fortuna de bestias y esclavas que guardaban en sus tolderías.

Lívida claridad exhalan las hirvientes masas; reflejos cobrizos, matices violados dan al hacinamiento de nubes el aspecto de un horno inmenso de metal en fusión; parece que se ha abierto la tierra, dejando brotar de su seno un Océano de lavas. Los relámpagos que brotan en las profundidades del caos, vibran como serpientes de fuego.

Y seguía atenta al servicio de su establecimiento, como si en su embotada sensibilidad no pudiese abrir huella la inquietud. Otras veces, pasando el puente, iba Carmen al barrio de Triana en busca de la mujer de Potaje el picador, una especie de gitana que vivía en una casucha como un gallinero, rodeada de pequeñuelos sucios y cobrizos, a los que dirigía y aterraba con gritos estentóreos.

Al principio se lamentó Elena de la rusticidad de los platos y los cubiertos. Por iniciativa suya, trajo la mestiza del «Almacén del Gallego» varios objetos baratos, procedentes de Buenos Aires. Con esto y unas cuantas hierbas ligeramente floridas, que los dos pajes cobrizos iban á buscar en la ribera del río, la mesa presentaba cada vez mejor aspecto.

Cuando alguno, por un recuerdo caprichoso de la suerte, conseguía una corrida de novillos en un lugar de la provincia, tenía antes que redimir el traje de luces, cautivo en una casa de préstamos. Eran vestímentas venerables que habían pertenecido a varios héroes, con los dorados opacos y cobrizos; oro de velón, según decían los inteligentes.

Ojeda se vio asaltado por unos hombres cobrizos y pequeños, de cara ancha y corta, mostachos de brocha, ojos ardientes con manchas de tabaco en las córneas. Tenían el aspecto de perros de presa chatos y bigotudos; pero buenos perros, humildes, que agarrados a él ladraban con suavidad: «Señor, compra la mía colcha bonita para la tuya madama». «Señor, una echarpa: todo barato

Pero aquí, en plena soledad, con el más imperioso de los instintos irritado por la privación, viendo a Margalida entre la morena y ruda hermosura de sus compañeras, bella como una diosa blanca de las que inspiran veneración religiosa a los pueblos cobrizos, sentía la demencia del deseo, y todos sus actos eran absurdos, cual si hubiera perdido para siempre la razón.

Era lo que veían los cazadores un descanso, y nadie podría expresar hasta qué punto aquellos seres venidos de tan lejanas tierras, con sus rostros cobrizos, sus grandes barbas, sus ojos negros, su frente hundida, su nariz chata y sus harapos pardos, parecían extraños y pintorescos al borde de la laguna, al pie de las ingentes rocas verticales que sostenían los verdes abetos junto al cielo.

Las actitudes de los indios, su casi completa desnudez, sus miradas astutas, sus rostros mates y cobrizos, sus armas primitivas, todo en fin revela ó finge en esas estatuas de cera, la vida, la pasión, la energía de su modo de ser y de su peligrosa situación del momento.