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Se insultaban el picador y el contratista con amistosa tranquilidad, como si entre ellos las mayores injurias perdiesen importancia por la fuerza de la costumbre. lo que eres contestaba Potaje un frescales, más ladrón que José María el Tempraniyo. Anda y que suba en ese penco la pelá de tu agüela, que montaba en la escoba toos los sábaos al dar las doce.

Pensaba ir solo, pero la compañía de doña Sol le obligó a buscar un refuerzo, temiendo un mal encuentro en el camino. Buscó a Potaje, el picador. Era muy bruto y no temía en el mundo mas que a la gitana de su mujer, que cuando se cansaba de recibir palizas intentaba morderle. A éste no había que darle explicaciones, sino vino en abundancia.

En su fuga encontró otro picador, repitiendo el salto, el bufido y la huida. Luego tropezó con el tercer jinete, el cual, avanzando la garrocha, le picó en el cuello, aumentando con este castigo su miedo y su velocidad.

Un picador de su cuadrilla, el llamado Potaje, fue derribado del caballo, quedando al descubierto junto a los cuernos, y el maestro, agarrado a la cola de la fiera, tiró con hercúlea fuerza, obligándola a girar hasta que el jinete quedó a salvo. El público aplaudió entusiasmado. Al llegar la suerte de banderillas, Gallardo quedó entre barreras esperando el toque para matar.

El personal de la enfermería, luego de despachar al picador magullado, había corrido a su palco en la plaza. El banderillero desesperábase, creyendo que los segundos eran horas, gritando a Garabato y a Potaje, que habían acudido tras él, sin saber ciertamente lo que les decía.

Cuando salió el quinto toro, que era para él, se lanzó a la arena ansioso de asombrar al público con sus proezas. Así que caía un picador, tendía él la capa y se llevaba el toro al otro extremo del redondel, aturdiéndolo con una serie de capotazos, hasta que, turbada la fiera, quedábase inmóvil.

¡Bravo, toro! ¡toma carrera con la cabeza baja y te precipitas sobre el picador!... Pero él te detiene en seco, hundiéndote su excelente hoja en el lomo. Tu sangre salta, tu muges y tu furor redobla. ¡Como hay Dios! ¡será una hermosa corrida!

Al caer un picador, quedando exánime por el terrible choque, Gallardo había acudido con su capa, llevándose a la fiera al centro del redondel. Fueron unas verónicas arrogantes que acabaron por dejar a la bestia inmóvil y fatigada después de revolverse tras el engaño del trapo rojo.

El trance iba siendo horrible, porque se prolongaba. El toro se cebaba en el caballo; el caballo abrumaba con su peso y sus movimientos convulsivos al picador, aprensado bajo aquellas dos masas enormes. Entonces se vio llegar, ligero como un pájaro de brillantes plumas, tranquilo como un niño que va a coger flores, sosegado y risueño, a un joven cubierto de plata, que brillaba como una estrella.

Cuíala bien dijo el Plumitas . Mia que es lo mejor que tengo en er mundo, y la quiero más que a la mujer y a los chiquiyos. Un nuevo personaje se unió al grupo que formaban el espada y el bandido en medio de la gente absorta. Era Potaje, el picador, que salía despechugado, desperezándose con toda la brutal grandeza de su cuerpo atlético.