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A media noche, cuando todos sentían cerrarse sus ojos e iban en busca de las hamacas y petates, verificábase el relevo de la guardia, entrando de cuarto los que habían de velar hasta que rompiese el día, y los pajes gritaban otra vez: Al cuarto, al cuarto, señores marineros de buena parte. Al cuarto, al cuarto en buena hora de la guardia del señor piloto, que ya es hora. Leva, leva, leva.

Hija le respondió el Cojuelo , en estos paseos ordinarios no salen Sus Majestades; si quiere ver sus retratos al vivo, presto llegaremos adonde cumpla su deseo. Sea en hora buena dijo la tal Rufina, y prosiguió, diciendo : ¿Quién es este caballero y gran señor que pasa agora con tanto lucimiento de lacayos y pajes en ese coche que puede ser carroza del sol?

Los oficiales hacían su tocado, no menos difícil a bordo que en tierra, y cuando yo veía a los pajes ocupados en empolvar las cabezas de los héroes a quienes servían, me pregunté si aquella operación no era la menos a propósito dentro de un buque, donde todos los instantes son preciosos y donde estorba siempre todo lo que no sea de inmediata necesidad para el servicio.

Apenas había dejado el cocinero mayor las escaleras, cuando el galopín Cosme Aldaba se quitó el mandil y el gorro, y bajó á las galerías del alcázar, dirigiéndose á la antecámara de pajes del cuarto de la reina, á cuya puerta se paró. A poco un paje talludo, rubicundo, de mirada aviesa, salió.

Los criados se quedaban fuera de la capilla; y una vez oída la misa de alba, la dama se levantaba, recogían los pajes cojín, silla y alfombra, se encaminaba la indiana a la puerta del Patio de los Naranjos, tomaba allí su silla de manos, y se volvía a su casa.

En esto, las doncellicas remataron la conversación con pedir algo de merendar a mis amigos: Mirábase el uno a otro, y a todos tiembla la barba. Yo, que vi ocasión, dije que echaba menos mis pajes, por no tener con quien enviar a casa por unas cajas que tenía. Agradeciéronmelo y yo las supliqué se fuesen a la Casa del Campo al otro día, y que yo las enviaría algo fiambre.

-Eso no -respondió Sansón-, porque es tan clara, que no hay cosa que dificultar en ella: los niños la manosean, los mozos la leen, los hombres la entienden y los viejos la celebran; y, finalmente, es tan trillada y tan leída y tan sabida de todo género de gentes, que, apenas han visto algún rocín flaco, cuando dicen: "allí va Rocinante". Y los que más se han dado a su letura son los pajes: no hay antecámara de señor donde no se halle un Don Quijote: unos le toman si otros le dejan; éstos le embisten y aquéllos le piden.

Los pajes abrieron una puerta inmediata que daba entrada á un amplio salón, en el que nuestros caballeros hallaron congregados á otros muchos nobles que como ellos esperaban audiencia. En el testero fronterizo á la puerta de entrada había otra guardada por dos hombres de armas. Abríase á intervalos para dar paso á un funcionario que nombraba en alta voz al noble designado por el príncipe.

En fin, un domingo, la hermosísima viuda doña Guiomar de Céspedes y Alvarado se vino a la casa, y en cuanto en ella entró, la casa se cerró a piedra y lodo, y de tal manera que no parecía sino que lo que en la casa se había hecho había sido para encantarla después; la puerta principal no se abría sino por la mañana entre dos luces, para que saliese una silla de manos, en la cual iba sin duda la hermosísima doña Guiomar, y una hora después, cuando la silla de manos volvía; tanto a la ida como a la venida acompañaban la silla de manos la dueña, el rodrigón, los dos pajes, con la silla, el cogín y la alfombra, y los cuatro lacayos bigotudos que Viváis-mil-años había visto, como hemos dicho en otra ocasión, acompañando a la dama en el jardín o huerta de la casa del duende.

Luego dice un paje, que es allí monacillo: «digamos un Ave María por el navío y compañía»: responden los otros pajes, «sea bien venida», y luego rezamos todos el Ave María. Después dicen los muchachos levantándose: «Amén y Dios nos buenas noches». Y con esto se acaba la celebración de este día, que es la ordinaria de cada sábado