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Verdad era que sus cincuenta y tantos años parecían sesenta; pero sesenta años de una robustez envidiable; su bigote blanco, su perilla blanca, sus cejas grises le daban venerable y hasta heroico aspecto de brigadier y aun de general. No parecía un Regente de Audiencia jubilado, sino un ilustre caudillo en situación de cuartel».

Muy quedito, como quien se confiesa, empezaron a debatir y resolver estos pormenores. Otro rayo de sol entreabría las nubes, y los santos, en sus hornacinas, parecían sonreír benévolamente al grupo del banquillo.

Parecían nacer niños de entre los guijarros del pavimento: bulliciosas bandas ocupaban las aceras, entregándose a sus juegos con la libertad de un villorrio.

Los mismos que poco antes parecían indignados en nombre de la civilización y la dulzura de las costumbres, lamentando la muerte del belga, torcían ahora el gesto cual si fuesen víctimas de una broma de mal gusto. «¡Farsantes!... ¡Alarmar a personas respetables con un desafío de morondanga!...» Sobre las ruinas de los dos adversarios, súbitamente caídos de la gloria, iba elevándose un nuevo héroe.

Sobre el fondo de las amplias alas del sombrero, iguales a una aureola, destacábase su rostro, de una palidez de rosa, en el que parecían temblar las gotas negras de los ojos. ¡Salut, Flo d'enmetllé! dijo Febrer con cierta inseguridad en la voz, pero sonriendo.

El metro y los consonantes parecían el imperativo categórico de su conciencia. Recitaba sus poesías, y los oyentes se inclinaban a considerarle como a un santo padre, doctor iluminado y bendito siervo de Dios. Hablaba sin número y sin rima, y daba miedo oírle; era un desenfrenado galopín, sin creencias y sin respeto a cosa alguna.

Seguían obstruyendo el fondo de la quebrada, pero en muchos sitios estaban desconocidas porque las cubrían restos negruzcos, mezclados con lodo. Las rocas pizarrosas que dominaban el alfoz parecían convertidas en una especie de pasta y se derrumbaban en anchas hojas. El negro fondo que se filtraba por las paredes del desfiladero se hundía con sordo chapoteo en la nieve medio líquida.

Media copita nada más... El vino no me hace provecho; pero muy agradecido, muy agradecido... y a medida que iba comiendo, le bailaban más el párpado y el músculo, que parecían ya completamente declarados en huelga. Notábase en sus brazos y cuerpo estremecimientos muy bruscos, como si le estuvieran haciendo cosquillas.

Cuando se halló, por fin, en la soledad del Scriptorium, tomó los pinceles con mano trémula y, sobre el estirado trozo de vitela, quiso reproducir una vez más las iluminaciones del misal del monasterio y del Libro de horas de la Reina de Francia; mas nada pudo lograr. Sus dibujos parecían los dibujos de un niño.

La vía automática de una compañía extranjera deslizaba en un espacio de varias leguas sus vagonetas, que parecían seres animados. Los vehículos rodaban en dos filas, en opuestas direcciones, cabeceando lentamente como bueyes sumisos, siguiendo su camino en línea recta, encontrando un puente sobre cada abismo y atravesando las alturas por túneles pendientes que los devoraban.