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La vía automática de una compañía extranjera deslizaba en un espacio de varias leguas sus vagonetas, que parecían seres animados. Los vehículos rodaban en dos filas, en opuestas direcciones, cabeceando lentamente como bueyes sumisos, siguiendo su camino en línea recta, encontrando un puente sobre cada abismo y atravesando las alturas por túneles pendientes que los devoraban.

La fe virgen con que creía en la prensa era inquebrantable, porque le sucedía con el periódico lo que a los aldeanos con los aparatos telegráficos: jamás intentó saber cómo sería por de dentro; sufría sus efectos, sin analizar sus causas. ¡Y cuánto se sorprendería la fogosa lectora si pudiese entrar en una redacción de diario político, ver de qué modo un artículo trascendental y furibundo se escribe cabeceando de sueño, en la esquina de la mugrienta mesa, despachando una chuleta o una ración de merluza frita!

Los dos amantes entraron en la obscuridad. La cortina de ramas les ocultaba el río; la luna apenas si podía filtrar alguna lágrima de luz por entre el ramaje de los sauces. Leonora se sintió intimidada por aquel ambiente de cueva lóbrego y húmedo. Invisibles animales caían en el agua con sordo chapoteo al sentir la proa de la barca cabeceando sobre el barro de la ribera.

Los relámpagos tiemblan con brevedad quimérica sobre el mar montañoso, y se distingue la barca negra, cabeceando atracada al socaire de los roquedos. ¿Eres Abelardo? Para servirle, Señor Don Juan Manuel. A ti no te conozco... A tu padre le he conocido mucho... Me acuerdo de una apuesta que ganó: Era ir nadando hasta la Isla. ¡De poco le ha servido al pobre aquella destreza! ¿Murió ahogado?

Cuando salió de San Gil la Virgen de mejillas sonrosadas y largas pestañas, bajo un palio tembloroso de terciopelo, cabeceando con los vaivenes de los ocultos portadores, una aclamación ensordecedora surgió de la muchedumbre que se agolpaba en la plazoleta... Pero ¡qué bonita la gran señora! ¡No pasaban años por ella!

El patriarca se acercó a Amparo; sus mejillas arrugadas y marchitas tenían a la sazón sonrosados los pómulos. Gracias, hijas... tartamudeó cabeceando senilmente . Gracias, ciudadanas.... Acércate, tribuna del pueblo... que nos una un santo abrazo de fraternidad.... ¡Viva la tribuna del pueblo! ¡Viva la Unión del Norte!

El grito se iba repitiendo en todas las goletas, pataches y quechemarines. Era la broma que gastaban con los ingleses que allí arribaban. Pero el gran vapor se mantenía silencioso, cabeceando flemáticamente con ese desprecio tan profundo que nadie mejor que un hijo de Albión sabe afectar. En la punta del Peón se tropezaba con tal cual paseante que tomaba el poco fresco que había.

En tanto los hombres de armas destinados al efecto habían lanzado dos anclas á bordo de los buques enemigos, para impedirles la retirada y las tres naves quedaron unidas por doble lazo de hierro, cabeceando pesadamente.

Allí, dentro del radio, sin temor al impuesto, se verificaba el bautizo, la multiplicación de la mercancía. Los carros de la sierra, grandes, de pesado rodaje y toldo negro, comenzaban a desfilar hacia la población, cabeceando como sombríos barcos de la noche. Otros más pequeños deslizábanse entre ellos, pasando ante el fielato sin detenerse.

Respiraba como el fuelle de una fragua, y siempre tenía tos; pero una tos tan bronca y sofocante que, cuando le daba el acceso, se quedaba mi hombre cabeceando y todo encendido; creeríase que iba a reventar, y el ojo rotatorio se le echaba fuera, mientras el apagado se escondía en lo más hondo de la órbita.