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El enmascarado guardaba silencio y estaba sentado en una silla, apoyados los codos en una vieja y mugrienta mesa de pino. En otra silla estaba enfrente otra persona, en quien reconoció al punto don Paco a don Ramón, el tendero murciano de su lugar, el hombre más rico después de don Andrés y el más desaforado hablador que por entonces existía en nuestro planeta.

Atizóse el ratón su medio cuartillo; brilláronle los ojuelos, limpió el labio con la bocamanga de la mugrienta chaqueta, y declaró con acento sincero y candoroso: Lo que es trigues..., por estos montes no debe de los haber, que si no, ya los tendría matados; pero les diré lo que me pasó un día de la Virgen de Agosto.... ¿A las tres y diez minutos de la tarde? preguntó don Eugenio.

Su sombrero de cinta mugrienta, echado atrás, dejaba al descubierto una frente abombada y enorme, que parecía abrumar con su peso la parte baja del rostro, de un moreno verdoso.

Don Román vestía su eterno traje, su traje típico: pantalones anchos; larga levita negra, verduzca y mugrienta; chaleco blanco, pringado de rapé en las solapas; el cuello de la camisa altísimo, arrugado, sin almidón; ancho y apretado corbatín.

Del bolsillo de la blusa salía una moneda mohosa; del sudador de la gorra otra de dos céntimos, y por las ventanas de los rotos zapatos sacábanse alguna pieza de cobre mugrienta y sudada. Era la rebusca furiosa de los céntimos escamoteados antes de salir de casa, a espaldas de sus mujeres, rabiosas de hambre y enemigas de que dos hombres de bien se diviertan en la taberna.

Tiene barbas de patriarca; siempre lo he visto lo mismo, apoyado en su bastón, una boina mugrienta en la cabeza y envuelto en un capote áspero. Además, lleva una pipa entre los dientes; pero rara vez humea... «El millón está esperando le dije por bromear . Cuando usted quiera puede venir á recogerloNo pareció entenderme.

La fe virgen con que creía en la prensa era inquebrantable, porque le sucedía con el periódico lo que a los aldeanos con los aparatos telegráficos: jamás intentó saber cómo sería por de dentro; sufría sus efectos, sin analizar sus causas. ¡Y cuánto se sorprendería la fogosa lectora si pudiese entrar en una redacción de diario político, ver de qué modo un artículo trascendental y furibundo se escribe cabeceando de sueño, en la esquina de la mugrienta mesa, despachando una chuleta o una ración de merluza frita!

Y el cura metió una mano en el bolsillo interior de su larga y mugrienta levita de alpaca, y sacó de aquella cueva que olía a tabaco, entre migas de pan y colillas de cigarros, un cucurucho que debía de contener onzas de oro. Bonifacio se puso en pie, y sin darse cuenta de lo que hacía, alargó la mano hacia el cucurucho.

Merced al desorden que este nuevo lance produjo en el duelo, la viuda logró alcanzar con las uñas el pelo de su adversaria; zarandeóla un rato á su gusto, gritaron entrambas con horribles imprecaciones, terciaron los hombres en el asunto, hubo diferencias entre ellos, sacudiéronse el polvo algunos; y en pocos instantes aquella mugrienta habitación se transformó en un campo de batalla, verdaderamente aterradora; batalla que hubiera costado mucha sangre, á no presentarse en la sala, muy á tiempo, el Alcalde de mar.

Doña Manuela comenzó sus compras, emprendiendo con las vendedoras una serie de feroces regateos, más por costumbre que por economía. Nelet, levantando las tapas de la cesta, iba arreglando en el interior los manojos de frescas hortalizas, mientras la señora no dejaba tranquilo un solo instante su limosnero, pagando en piezas de plata y recibiendo con repugnancia calderilla verdosa y mugrienta.