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El tendero murciano conoció la tontería que había hecho, pero conoció igualmente que tenía fácil enmienda, y explicó al de la carátula que los papelitos que allí escribiese y firmase ningún valor tendrían, porque habían de ir, para que valiesen, en hojas dispuestas de cierto modo y arrancadas de un librejo que él se había dejado en casa. Nada le valió con todo para apaciguar al de la carátula.

Ya ves mi moderación dijo el tendero murciano al presentar a la muchacha el documento para que lo firmase . Me limito a cobrarte sólo un veinticinco por ciento, a pesar del peligro que corro de quedarme sin mi dinero, porque, a despecho de todos tus buenos propósitos, no tengas un ochavo dentro de los seis meses y tengamos que renovar el pagaré, lo cual me traería grandísimos perjuicios.

Juanita advirtió que el tendero murciano trataba de tomarle el pelo, valiéndose de una expresión que ahora se emplea en estilo chusco, y, como era poco sufrida, empezó a perder la paciencia y dijo bajando la voz, pero aguzando cada una de sus palabras como si fuese una lanceta: Es, déjese usted de bromas insolentes, tío marrano. Piense usted bien mi proposición y verá que le tiene cuenta.

Seguro ya de que vivía, y por instigación del tendero murciano, que no se aquietaba hasta recobrar, en parte al menos, el dinero robado, don Paco registró a Antoñuelo y le encontró cuatro mil reales, que devolvió a su dueño. Los otros ocho mil se los había llevado el compañero de Antoñuelo, el cual, por director y maestro en el arte, había tomado doble porción de botín.

Don Pascual, creyendo hacer un bien a sus amigos, había revelado a don Andrés los celos y la desesperación de don Paco, causa de su fuga; lo que a don Paco había ocurrido en sus dos días de campo; el amor de Juanita, tan enamorada de él como él de ella, y el sentimentalismo de Juanita en favor de Antoñuelo y su deseo vehemente de salvarle hallando los ocho mil reales para tapar la boca del tendero murciano.

Las de Codillo, hijas de don Eusebio Codillo, el dueño del Café de la Marina, de la calle del Cantón, hoy arrendado a un murciano, son cinco y muy desiguales entre en color, en estatura y en carnes; pero todas ellas tienen cierto andar, cierto sonreír y cierto... vamos; y, sobre todo, unos humos de señoritas principales y acaudaladas, que meten miedo.

Como don Andrés ignoraba el concierto de Juanita con el tendero murciano, venció su repugnancia a dejar impunes ciertos delitos, y entre otras ofertas, hizo a Juanita la de dar los ocho mil reales para que no fuese acusado Antoñuelo. Ya no necesito el dinero, señor don Andrés dijo Juanita . Don Ramón ha recuperado lo que se le debía y ha prometido callarse.

Eran estos doña Inés y don Alvaro, don Andrés Rubio, el maestro de escuela don Pascual, el tendero murciano y doña Encarnación, su mujer; el padre Anselmo y don Paco, personaje principal de la fiesta. Venía este hecho un brinquillo, muy bien afeitado y peinado, con la levita nueva, regalo y obra de Juanita, y en el ojal con la condecoración azul que ella le había concedido.

Con este propósito se presentó en casa del tendero murciano, que la recibió estando con su mujer, doña Encarnación, solos en la trastienda.

Y juzgando don Andrés que la verdad era el mejor disimulo en este caso, contó a Serafina, para que se lo refiriese a su ama, que don Paco, después de haber vagado por extravagancia y capricho, descubrió el secuestro del tendero murciano, y que para libertarle, y aun para defender la propia vida, tuvo que apalear al hijo del herrador, sin conocerle hasta después, porque llevaba carátula.