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La imaginación siempre exaltada de los madrileños aderezó el hecho con interpretaciones y comentarios, y unos vieron en él un manejo político, otros una rivalidad femenina, algunos una señal de reconciliación entre el mundo devoto y el profano, y varios, los que se decían más enterados y eran más hábiles en aquello de ajustarle las cuentas al prójimo, vieron, por el contrario, una emboscada peligrosa que la más inflexible de las beatas tendía a la más tolerante de las pecadoras; un reto del calendario piadoso a la mitología pagana; un combate singular entre la marquesa de Villasis, que arrojaba el guante, y la condesa de Albornoz, que se apresuraría sin duda a recogerlo.

Un día, tarde ya, casi a la hora de comer, encontré a Blanca, sola, en la salita donde acostumbraba a pasar el día, cuando no salía. Al verme entrar por la pieza inmediata, dio un grito de sobresalto, se puso pálida y dejó caer el libro que leía. La saludé y me incliné para recogerlo; al dárselo, abrió los brazos. Comprendí el movimiento y le dejé caer el libro suavemente sobre las faldas.

Tal santo convirtió a su cónyuge, otro a su padre, alguno a su hermano: él tenía que habérselas con toda su familia, en la cual antes jamás pensó, de la que vivió apartado voluntariamente, pero que de pronto se le antojaba rebaño disperso al borde de un abismo, y al cual había de guiar hasta recogerlo en el redil bendito de la Iglesia.

Y para que se vea que participamos en la direccion de la academia, continuó Makaraig, se nos comete la cobranza de las contribuciones y cuotas, con la obligacion de entregarlas despues al tesorero que designará la corporacion encargada, el cual tesorero nos librará recibos... ¡Cabezas de barangay entonces! observó Tadeo. Sandoval, dijo Pecson, allí está el guante, ¡á recogerlo!

Y al recogerlo, cuadrose, y con gesto grave, llevándose una mano al pecho, gritó: ¡Viva el ejército! Fermín no quería soltarlo, y armándose de paciencia le acompañó en su excursión por las calles. Se detenía el señorito ante los grupos de soldados, haciendo avanzar a sus dos acompañantes con toda la provisión de botellas y copas.

Miguel corrió al instante a recogerlo; al bajarse sintió unos pasos precipitados detrás y vio frente a al levantarse a un cadete de Estado Mayor, flaco y larguirucho como una espina, quien le dirigió una mirada torva y colérica y hasta tuvo conatos de abocarle; pero después de vacilar un instante siguió caminando aunque volviendo a menudo la cabeza para mirarle de arriba abajo con expresión nada pacífica.

No sabemos... Es un expósito. ¡Mire usted, por Dios, qué hermoso, es Amalia! La señora le contempló un instante con marcada frialdad y dijo: Acaso alguna pobre lo habrá dejado para recogerlo enseguida. No, no; hemos registrado el portal. La calle está desierta... La criatura a todo esto empezaba a chillar, agitando con incierto movimiento sus puños crispados, que parecían dos botones de rosa.

Nadie bajó a recogerlo; ningún balcón se abrió siquiera para dejar caer sobre él una moneda de cobre. Los transeúntes, como si viniesen perseguidos de cerca por la pulmonía, no osaban detenerse. Al fin ya no pudo cantar más: la voz expiraba en la garganta; las piernas se le doblaban; iba perdiendo la sensibilidad en las manos.

A ratos corría velozmente; luego se detenía, y acercándose a los matorrales sacaba su sable y la emprendía a cintarazos con un chaparro o una pita; luego parecía bailar, moviendo brazos y piernas al compás de su propio canto, y también echaba al aire su sombrero portugués para recogerlo en la punta del sable.

La primera cabezada del sueño hízole dar con las narices en la mesilla de noche, y el libro rodó por el suelo: inclinóse, sin embargo, a recogerlo, porque el capítulo era interesante y quería terminarlo. A poco, un fuerte olor a trapo quemado llegó a sus narices, haciéndole incorporarse con sobresalto, temiendo los riesgos de un incendio.