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Si hubiese en España alguien que estudiase la política con un criterio realmente científico, yo le propondría este problema, que considero de un interés capital; pero, por desgracia, aquí no hay ningún tratadista político verdaderamente serio.

Le pediré a don Lucas que me recomiende al jefe político... Seré sub-comisario y ganaré cincuenta pesos mensuales más. Con esto ya podré casarme, si Rogelia me acepta... ¡Y me aceptará! ¿Por qué no? ¡Me aceptará!... Si me muero aquí, tal vez se case con el borrachón de Manolo... ¡Pero no me moriré! ¿Cómo dejará la Pepa que se me asesine?...»

Bien claramente había yo manifestado, en mi discurso al ingresar en la Academia Francesa, mi resuelta oposición al golpe de Estado contra la Carta y los proyectos que el Gobierno había manifestado tener contra la libertad del pensamiento y contra la independencia que el pueblo debe poseer para elegir sus representantes. No se esperaba de ciertamente aquel discurso político.

El jefe político no quiso conformarse con los inescrutables fallos de Dios, y montando en cólera hizo llamar inmediatamente al teniente de la guardia civil y le envió a vengar con ocho números a los infortunados

Por otra parte, el contacto inmediato que con la Europa habían establecido la revolución de la Independencia, el comercio y la administración de Rivadavia tan eminentemente europea, había echado a la juventud argentina en el estudio del movimiento político y literario de la Europa y de la Francia sobre todo.

La Solaridad; núm. 18: Barcelona, 31 octubre 1889. Las Filipinas, si han de continuar bajo el dominio de España, tienen por fuerza que tranformarse en sentido político, por exigirlo así la marcha de su historia y las necesidades de sus habitantes. Esto lo demostramos en el artículo anterior.

En el patio me tropecé a don Pablo Aquiles; siendo él tan político siempre, no me saludó ni dijo palabra, ¿entiendes? Arriba, Quilito, encerrado, sin querer abrir la puerta; cuando oyó mi voz, me mandó con Pampa esta carta, que ahora te daré, y para eso, la echó por la ventana. Bueno, pues todo esto, pienso yo que tiene busilis, y el busilis es la Bolsa. ¿La Bolsa?

Yo oigo atentamente todo lo que hablan me dijo para aprendérmelo de memoria y soltarlo después en los cafés y en los ventorrillos. De este modo voy adquiriendo fama de gran político, y cuando me acerco a la mesa del café, todos me dicen: «a ver, D. Diego, qué piensa usted de la sesión de hoy».

Se oculta a las miradas de sus amigos por un momento, y sale al fin bufando y chapoteando como un verdadero tritón, diciendo que no es nada y que va a saltar otra vez para que se vea. Pero su padre político no lo consiente. Y otras exclamaciones más o menos coherentes, que daban testimonio del profundo interés que la salud del oficial le inspiraba.

La viudita tiene un golpe de erudición que nos deja asombradas a Petrona y a . «Sáenz Peña sabía que el hombre reina y la mujer gobierna, como dice Ponson du Terrail». Si Eleuterio me hubiera hecho caso afirma Petrona, siempre atenta al positivismo político otro gallo nos cantara; pero se fue con los cívicos y... ¿qué iba a hacer con los cívicos?