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Aquel pobre corazón hipertrofiado, que como un trágico reloj contó las horas del hambre, del abandono y de la lucha grotesca y terrible para buscar un poco de calderilla, a las cuatro de la madrugada, iba como un polichinela roto, dando tumbos por las encrucijadas de la miseria. Hace algunos meses Santaló estaba contento.

Bonis sintió que el rostro de los más indiferentes, hasta el de los pilluelos que esperaban la calderilla, tomaba expresión de interés, de cierto enternecimiento. Las luces parecían cantar también al oscilar con ritmo; brillaban más rojas; los dorados del cura y del baptisterio se hicieron más intensos, más señoriles; los monaguillos, tiesos, solemnes, daban indudable respetabilidad al acto.

De improviso se levantó, sacudido por una idea; fué al escritorio donde tenía el dinero; sacó un cartucho de monedas que debían de ser calderilla, y vacíandoselo en el bolsillo del pantalón, púsose capa y sombrero, cogió el llavín, y á la calle. Salió como si fuera en persecución de un deudor.

Quiere decir el nombre de una persona que dinero. El novelista D. José María Mateu ha sido un gran nombre para la seudobohemia. Gálvez, el peligro Gálvez, más temible que el peligro amarillo, llegó a visitarle a las tres de la madrugada Mateu se acuesta temprano para pedirle un montón de calderilla.

Es la hija explicó sin manifestar sorpresa el barquillero, que embolsaba la calderilla y bajaba el hombro para ceñirse otra vez la correa. Por lo visto, eres la señorita de Rosendez murmuró el alférez en son de broma . Vamos, Borrén, usted que es animado, dígale algo a esta pollita.

Entre la plata, que era lo que más abundaba, brillaban los centenes como las pepitas amarillas de un melón entre la pulpa blanca. Con mano trémula, el asesino lo recogió todo menos la calderilla, y se lo guardó en el bolsillo del pantalón.

«Ya veo, ya veo que no tienes desperdicio observó doña Lupe recogiendo la calderilla . ¿Y cuando se te acabe el dinero? ¿Vendrás a que yo te ? ¡Ay, qué equivocado estás!». Cuando se me acabe, Dios me socorrerá por algún lado dijo Maximiliano con fe. Estaba excitadísimo y tenía el rostro encendido.

Y con gran calma iba repartiendo las manos de periódicos, exigiendo a cada uno el producto de la venta del día antes, llevando de memoria las intrincadas partidas de su contabilidad, apreciando al tanteo la exactitud de las cantidades en calderilla, sonando las pesetas contra el asfalto con tal ímpetu, que volvían de un rebote a sus manos como si fuesen pelotas.

Para , señor Botella, el oro es también una teoría... Pero el Sr. Botella debe prepararse a que la noticia de su descubrimiento sea acogida con algún escepticismo. ¡Ahí es nada encontrar oro en España! Al mismo tiempo que el Sr. Botella, hemos estado buscándolo veinte millones de españoles y no hemos logrado aún pasar de la calderilla.

Y ella sonreía, hablaba con todos familiarmente, echaba mano a cada instante al bolso de piel de Rusia que colgaba de su diestra y, como una nube de moscas, agitábanse en torno de ella, tullidos, ciegos y mancos, avisados de la generosidad de aquella señora que daba la calderilla a puñados.