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Espere usted, señora... allí... parece que nos hacen seña... , a nosotras es. Ah, son ellos, ... ¿Quién? El señorito Paco y don Álvaro. Petra notó que su ama temblaba un poco y palidecía. ¿Dónde están? A ver si podemos, antes que.... Ya no podían escapar. Don Álvaro y Paco estaban delante de ellas.

Venga esa bolsa, Carmelita dijo Paco, que andaba dando vueltas alrededor de la mesa, metiendo la cabeza entre las señoras, hablando y riendo con todas; ¿dónde la ha puesto usted? Ahí, en el segundo estante, á la izquierda... cójala usted. Señoras, yo llevo la voz cantante esta noche. Les participo que he tomado antes de venir dos huevos crudos.

Acercósele Luján por detrás, y poniéndole una mano sobre el hombro, díjole con voz extraña: ¡Tapón... ven acá!... Levantó este los ojos, y a la vista de aquel pálido rostro y aquel torvo ceño, inmutóse mucho; soltó al punto la caña, tercióse al hombro en silencio la chaqueta y levantóse dócilmente: Anda delante dijo Paco.

Y como no es posible, sin que nos peleemos, continuar esta conversación, me voy y te dejo. Adiós, hija. Señor padre, vaya usted con Dios y El le ilumine para que no continúe usted desatinando tan lastimosamente. Don Paco salió con precipitación y muy enojado de casa de su hija, y no quedó ella menos furiosa.

Un movimiento brusco de la dama, que traía falda corta, recogida y apretada al cuerpo con las cintas del delantal blanco, dejó ver a Paco parte, gran parte de una media escocesa de un gusto nuevo.

El había heredado este poder de su padre y luego le había mejorado y engrandecido mucho, ayudado por la actividad y variadas aptitudes de don Paco, y aun por los consejos e inspiraciones de doña Inés, quien, según se decía, ya con malicia, ya con sencillo aplauso, era la ninfa Egeria de aquel Numa.

Y si el noviazgo no terminase en casamiento, ¿adónde iría yo a ocultar mi vergüenza, arrojada de este pueblo por seductora de señores ancianos? Lo de la ancianidad, tantas veces repetido, ofendió mucho a don Paco en aquella ocasión, y muy picado, y con tono desabrido, exclamó haciendo demostración de retirarse: Veo que presientes graves peligros. No quiero que te expongas a ellos por mi culpa.

Paco había ido aproximando una rodilla a la falda de la joven; al fin sintió una dureza suave y ya iba a retroceder, pero la niña permaneció tan tranquila, que el primo se dejó aquella pierna arrimada allí como si la hubiese olvidado.

Se agachó, no obstante, con precaución y le quitó de la mano la navaja. En seguida llegó don Paco a donde estaba don Ramón, que le reconoció, y con viva efusión le dio las gracias. Don Paco desató el cordel que mantenía a don Ramón amarrado. Alúmbreme usted con el candil le dijo . Voy a ver si ha muerto ese hombre.

Animados ya los tres y de buen humor, dijo don Paco: No comprendo por qué gustan ustedes tanto de la soledad y están tan retraídas. La plaza esta noche estará animadísima. Todo el mundo habrá acudido a la verbena y a ver los fuegos, que dicen que serán magníficos.