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En aquellas armaduras de caballeros los grandes brazos telegráficos, las pesadas piernas colgantes, causan la triste impresión de un ser descentralizado, impotente y vacilante, que un ligero choque bastaba á derribar. En el crustáceo, por el contrario, los apéndices están tan cercanos y unidos á la masa rechoncha, tupida, que el más pequeño golpe que asesta lleva el empuje de todo el cuerpo.

La fe virgen con que creía en la prensa era inquebrantable, porque le sucedía con el periódico lo que a los aldeanos con los aparatos telegráficos: jamás intentó saber cómo sería por de dentro; sufría sus efectos, sin analizar sus causas. ¡Y cuánto se sorprendería la fogosa lectora si pudiese entrar en una redacción de diario político, ver de qué modo un artículo trascendental y furibundo se escribe cabeceando de sueño, en la esquina de la mugrienta mesa, despachando una chuleta o una ración de merluza frita!

Allí el silbido incesante de la locomotiva, al partir ó al llegar, en la amplia estacion que centraliza muchos ferrocarriles en actividad prodigiosa; los numerosos partes telegráficos haciendo vibrar los alambres eléctricos á todas horas; las especulaciones consiguientes á los negocios trasatlánticos, y el movimiento aturdidor de grandes carretas de mercancías cruzándose en todas direcciones, le hacen comprender al viajero que en Inglaterra no hay casi tiempo para vivir, ni mucho menos para divertirse.

El capital al servicio de la industria había civilizado territorios salvajes, había destruido fronteras históricas, estableciendo mercados en todo el globo: él era quien surcaba las tierras vírgenes con los rails de los ferrocarriles, quien removía los mares para tender los cables telegráficos, quien ponía en comunicación los productos de uno y otro hemisferio, venciendo los rigores de la naturaleza y evitando las grandes hambres que habían hecho rugir á la humanidad en otros siglos.

Lo que vive, sobre todo, en el poema, es la Provenza, la Provenza del mar, la Provenza de la montaña, con su historia, sus costumbres, sus tradiciones, sus paisajes, todo un pueblo candoroso y libre que ha encontrado su gran poeta antes de perecer... Y ahora, ¡tracen caminos de hierros, planten postes telegráficos, expulsen la lengua provenzal de las escuelas!

Pasaban los postes telegráficos como pinceladas amarillas sobre el fondo negro de la noche, y en los ribazos brillaban un instante, cual enormes luciérnagas, los carbones encendidos que arrojaba la locomotora. El pobre hombre estaba intranquilo, como si le extrañase que le dejara permanecer en aquel sitio. Le di un cigarro, y poco a poco fue hablando.

Déjate ahora de papelotes, papá; Pepe y Millán traerán noticias. Bueno, hija, bueno; pero al menos léeme los partes tomados de la Gaceta, aunque esa no dice nunca la verdad. Leocadia cogió el periódico y, aproximándose a la luz, leyó así: «MINISTERIO DE LA GUERRA. Extracto de los despachos telegráficos recibidos en este Ministerio hasta la madrugada de hoy: »Cataluña.

Una puerta de calle sobre dos caballetes de troncos era una mesa. Las bóvedas y paredes estaban tapizadas con cretona de los almacenes de París. Fotografías de mujeres y niños adornaban las paredes entre el brillo niquelado de aparatos telegráficos y telefónicos.

Enlazaban unas ventanas con otras, á guisa de circuitos telegráficos, varias cuerdas de donde colgaban algunas despilfarradas camisas, y de vez en cuando tal cual lonja de tasajo, sobre el cual descendía en el silencio de la noche una caña con anzuelo, manejada por las hábiles manos del estudiante del sotabanco. La vidriera del cuarto de Clara no se abría nunca.

Eran iguales á los caminantes reflexivos, que se saturan del paisaje y entran en largo contacto con su alma. Las gentes del vapor vivían como los viajeros terrestres que contemplan adormecidos desde las ventanillas de los vagones una sucesión de vistas pálidas y vertiginosas rayadas por los hilos telegráficos.