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Y cuando él se preparaba a volverse a su casa, si alguno de aquellos señores tenía la bondad de acompañarle ¡oh colmo de las bromas pesadas y ofensivas! habían dado con él en medio de la catedral, donde no había puesto los pies hacía muchos años. Había protestado, había querido marcharse, pero no le dejaron, y él tampoco se atrevía a buscar solo su casa; y en la calle hacía frío».

La partida había terminado, y un derroche de cerveza y gruesos cigarros de Hamburgo servía para festejar el éxito de los gananciosos. Era la hora de las expansiones germánicas, de la intimidad entre hombres, de las bromas lentas y pesadas, de los cuentos subidos de color.

¡Y qué pesadas habrían sido las horas de aquella temporada, que él llamaba su condena, si no las aligerasen con su cariño y con mil solicitudes y ternezas las seis personas que él designaba con el dulcísimo nombre de la sacra familia!

Las pesadas hojas de una puerta profusamente claveteada rechinaron en sus goznes, quedando á la vista el interior del santuario. Este lo componía un pequeño cláustro, un modesto presbiterio y la sacristía que ocupaba un local á la derecha del presbiterio.

Las había enjutas de cuerpo, con un gesto ácidamente triste, como si el fuego del saber hubiese consumido en su interior toda gracia femenina. Otras eran gruesas, pesadas y miopes, contemplándolo todo con asombro infantil, lo mismo que si hubiesen caído en un mundo extraño al levantar su cabeza de los libros.

Esta llanura sin límites que desde Salta a Buenos Aires, y de allí a Mendoza, por una distancia de más de setecientas leguas permite rodar enormes y pesadas carretas sin encontrar obstáculo alguno, por caminos en que la mano del hombre apenas ha necesitado cortar algunos árboles y matorrales; esta llanura constituye uno de los rasgos más notables de la fisonomía interior de la República.

Cubiertos los rostros y vestidos con túnicas blancas ó negras, iban muchos penitentes, llevando á hombros pesadas cruces; otros, desnudas las espaldas, se iban azotando con la mayor furia que era de ver: estos, traían grillos ó esposas á las manos; aquellos se iban dando martirio con un cilicio; y como quiera que hombres y mujeres iban rezando en voz alta y entonando fúnebres salmodias, el cuadro presentaba en conjunto un aspecto lúgubre y sombrío, de lo más característico de aquellos tiempos.

Con Paco únicamente desahogaba, y pocas veces. Pero Ana creía en un complot y esto la ayudaba no poco en su defensa. Iba de tarde en tarde a casa de Vegallana, a pesar de protestas pesadas, insufribles de Quintanar, que repetía: ¡Qué dirán esos señores, Anita, qué dirán los Marqueses! Si don Álvaro perdía la esperanza, el Magistral tampoco estaba satisfecho.

Ojeda y Maltrana avanzaron entre el gentío casi tambaleándose, como embriagados por la sensación del suelo firme bajo sus plantas y el vaho que despedía caldeado por el sol. Un reloj señalaba las cuatro de la tarde. Junto a sus ojos revolotearon unas moscas pesadas y pegajosas, las primeras que salían a su encuentro en la nueva tierra.

Avanzaban las pesadas plataformas lentamente, con gran trabajo, por la estrechez de la calle.