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Encerrado como un crustáceo en este caparazón de corcho, manteníase lejos de la mesa a causa del volumen de su envoltura, teniendo que realizar todo un viaje cada vez que sus manos iban de los platos a la boca. Un asombro burlesco le había saludado con ruidosa ovación, y satisfecho de tal triunfo, aguantaba el martirio, siendo el primero en admirar su prodigiosa inventiva.

En aquellas armaduras de caballeros los grandes brazos telegráficos, las pesadas piernas colgantes, causan la triste impresión de un ser descentralizado, impotente y vacilante, que un ligero choque bastaba á derribar. En el crustáceo, por el contrario, los apéndices están tan cercanos y unidos á la masa rechoncha, tupida, que el más pequeño golpe que asesta lleva el empuje de todo el cuerpo.

Era la caza tal como se desarrolla en el feroz misterio del mar, la carrera de la muerte, la destrucción precedida de angustias y azares emocionantes. El pobre crustáceo, adivinando el peligro, nadaba hacia las rocas, para guarecerse en la grieta más próxima. Un pulpo salió tras de él, mientras los otros continuaban su digestión. ¡Se escapa!... ¡se escapa! gritó Freya, palpitando de interés.

Mucho que . Necesítase un ser que todo lo fíe al movimiento, un ser audaz que desprecie á todos los mencionados como enclenques ó tardígrados, que considere la corteza como cosa subordinada y concentre la fuerza en . El crustáceo rodeábase de una especie de esqueleto exterior.

El pulpo, que no sirve para nada, ni se pesca ni se come, ha disminuido bastante en tamaño y en número. ¡Cuánto más, pues, el crustáceo, cuya carne es tan suculenta y que agrada á toda la Naturaleza! Diríase que lo saben. Los más débiles entre ellos inventan, no diremos artes para resguardarse, pero pequeñas mañas groseras, ingeniándose é intrigando.

La corteza, siempre la corteza: he aquí lo que preocupaba grandemente á esos pobres seres. En dicho género fabricaron obras maestras: bola espinosa del esquino, concha abierta y cerrada á la vez del haliótido, en fin, la armadura del crustáceo compuesta de piezas articuladas, perfección de la defensa, y terriblemente ofensiva. ¿Qué más se quiere? ¿Hay algo que añadir? Parece que no. ¿Que no?

El insecto, en su crisálida, parece olvidarse de mismo, ignorarse, permanecer extraño á los sufrimientos; diríase más bien que disfruta de esa muerte relativa, como un niño de teta en la templada cuna. Empero el crustáceo durante la muda se ve, tiene conciencia de : sábese precipitado repentinamente de la vida más enérgica á una deplorable impotencia. Parece atolondrado, perdido.

El pulpo gigantesco que ahoga al más pequeño crustáceo, peligra dejar sus tentáculos entre las garras del cangrejo, y el pez más glotón titubea antes de engullirse un ser tan espinoso. Desde que crece el crustáceo es el tirano, la pesadilla de los dos elementos. Su inabordable armadura encuéntrase dispuesta para todo ataque.

El bélico crustáceo, sucesivamente tan grande y tan pequeño, ya terror, ya irrisión de los demás, sufre las muertes alternativas en que hace el papel de esclavo, de presa y aun de juguete de los más débiles. Enormes y terribles servidumbres. ¿Cómo librarnos de ellas? La libertad está en la fuerza.

Está segmentado como ellos, mas esos segmentos los tiene debajo, perfectamente ocultos y resguardados, valiéndose de los mismos para contraerse, sin exponerse cual el reptil y el insecto á ser dividido fácilmente. Lo mismo que el crustáceo, prefiere el pez la fuerza á la belleza, y para conseguirlo ha suprimido el pescuezo. Cabeza y tronco no constituyen más que una masa.