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El jefe papú se había precipitado fuera de la habitación empuñando su maza, temeroso de que fuera asaltada la aldea. Poco después dió un grito de alegría. ¡Uri! ¡Uri! decía, corriendo a través de las terrazas, donde se había agolpado la población entera. Un papú, seguido por dos hombres blancos, cruzó el puente y corrió al encuentro del jefe, rápido como una flecha. ¡Padre! exclamó.

Tal vez se habían precipitado sin quererlo en el mar, al hacer una maniobra de la que él no se dió cuenta durante su sueño.

Aquel tropel de pensamientos fué una serie de rapidísimas nociones que se borraban unas á otras, sucediéndose con precipitado vértigo. Ella le conocía, le había visto; Bozmediano era una agradable persona: éste le había puesto en libertad; ella se lo rogó tal vez; ella le tenía lástima; él quiso complacerla. ¿A qué precio? ¿Con qué fin? ¿Desde cuando?...

Cuando pasaron muchas noches escapándose siempre ella, apesadumbrado don Andrés, exaltado y como fuera de , le dio las más sentidas quejas, hallándola sola en la antesala. La vehemencia de los sentimientos del cacique se revelaba en su precipitado discurso, en su gesto, en su ademán y en su acento conmovido. Sin reparar en nada levantó la voz.

Y como ya es de noche y me siento fatigado por el precipitado trajín, por el viaje, por el cansancio, me retiro a casa con ánimo de acostarme. Sin embargo, no parece bien que estando Sarrió en Madrid, yo me acueste tranquilamente sin haberle visto. Por lo tanto, no me acuesto. Es posible me digo que vaya al teatro esta noche. ¿A qué teatro? ¿A un teatro honesto o a un teatro levantisco?

Apenas hacía dos minutos que estaba allí, absorta, pensativa y fijando larga y melancólica mirada en la tranquila haz del agua, cuando un precipitado sonar de alas que venía acercándose estremeció todo su cuerpo y alborozó su alma con agradable susto.

Estoy arrepentida de no haber precipitado las cosas entonces; para entrar en su alma con más prestigio, hice demasiado misterio y concluí por sugerirle, acaso, la idea de que se estaba él engañando y de que yo carecía de capacidad para el gran cariño soñado.

Contaba con que su madre había de poner tachas a Luz tan pronto como conociera de qué tronco procedía, porque las tachas de este linaje eran la manía de la obcecada señora; pero en aquellas palabras, en aquella actitud, en la angustia bien visible de su padre, había mucho más que un resabio que se vence con la reflexión y la fuerza del cariño: había escollos infranqueables, simas negras en que ya se vela precipitado el pobre chico con la carga dulcísima de sus primaverales ilusiones.

Y entonces no pudo contenerse y rompió a llorar, luego se oyó un paso precipitado, y la puerta que se cerraba. Vea usted su obra, me dijo con desesperación y aun con ira el padre Ambrosio. Hemos desgarrado el corazón de esa pobre Amparo. No importa, le dije saliendo con él del locutorio. El tiempo la demostrará mis intenciones, y cuando las reconozca recobrará la paz. Y salimos del convento.

Viendo el peligro inminente que corría aquel hombre singular, la monja había lanzado un grito penetrante y se había precipitado sobre la balaustrada de su palco, apoyando en ella las dos manos; él se apoderó de una, imprimió sobre ella un beso ardiente, y continuó dirigiéndola una mirada terrible y fija.