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En sesenta y ocho años no lo he visto nunca... Me parece que te has hartado de leer esos librotes que llaman novelas. ¡Cuánto mejor es no saber leer! Mírate en mi espejo. No conozco una letra... ni falta. Para mentiras, bastantes entran por las orejas... Pero acábame el cuento. Salimos con que sois hijos del Nuncio, con que una señorita principal os dio a criar, y desapareció...

Y aquí son los improperios, las maldiciones, el lamento con todas las personas que entran al negocio, pero nada le vale: el cambiazo se efectuó delante de sus ojos y no supo verlo, y los trescientos pesos volaron del cajón como por arte de encantamiento.

Luego se oyeron infinitos lelilíes, al uso de moros cuando entran en las batallas, sonaron trompetas y clarines, retumbaron tambores, resonaron pífaros, casi todos a un tiempo, tan contino y tan apriesa, que no tuviera sentido el que no quedara sin él al son confuso de tantos intrumentos.

Entran en sus tierras una ó dos jornadas, prenden á los sarracenos, llévanse sus bienes, y así viven. Sufren malandanzas que otros hombres no podrian sufrir, pues si es menester pasan dos dias enteros sin probar bocado, ó manteniéndose de la yerba del campo.

Hay guerrilleros que entran a saco en los pueblos como en los tiempos bárbaros; que incendian, ultrajan a las mujeres y martirizan a los niños: uno ha rematado a los heridos con picos y azadas, y otro ha mandado arrancar a los jefes prisioneros tiras de carne en los brazos, simulando los galones del grado que tenían en el ejército.

La graciosa artesana se dejó solfear por su galán pacientemente, sin hacer la más leve señal de resistencia, ni siquiera de esquivar los golpes. Cuando Pablito cesó, le preguntó con deliciosa naturalidad: ¿Has concluído ya? Por ahora... ¡pero me entran ganas de empezar otra vez! rugió el mancebo ciego de cólera. Pues empieza cuando gustes. Yo las he de llevar todas sin moverme.

La materia, que en forma sólo de procurador producía un discurso racional, unas ideas intérpretes de su provincia, se seca, se adultera en forma ministerial; y aquí entran las ideas innatas, esto es, las que nacen con el empleo, que son las que yo sostengo, mal que les pese a los ideólogos. Aquí es donde empieza el ministerial a participar de todos los reinos de la naturaleza.

Diré, con todo, que aun suponiendo que en cada grado de cultura a que va llegando la sociedad se requieren sólo ciertos grados de entendimiento para lo práctico y diario, y que los demás grados son del todo superfluos, inútiles y hasta nocivos, salvo en casos excepcionales, todavía habrá que conceder que el entendimiento no es la única potencia del alma que vale al hombre para lograrse; la voluntad, el carácter, entran también por mucho.

Esta facilidad de detenerse los hombres en las cosas sensibles nace, como ya hemos dicho, de que estas dexan en el cuerpo impresiones que duran mucho, y con dificultad se borran; y como el alma corresponde con ciertas representaciones, de ahí procede que le hagan mayor fuerza las cosas que entran por los sentidos, que las que por misma alcanza.

Los empleados del primer turno iban llegando con paso lento, como funcionarios que entran en su oficina. Las mujeres dedicadas á la limpieza y los mozos en mangas de camisa acababan de barrer el aserrín esparcido sobre el pavimento.