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Aquí, lo has visto desde que nos conoces, Millán, mis padres viven para ésta y para ; nosotros para ellos. Estos muebles, que tienen más años que yo, no han oído nunca una disputa ni la menor falta de respeto. Leocadia y yo tratamos a los viejecitos con más mimo que chico a juguete nuevo. ¿Sabes por qué?

La carnecería producía mucho; pero el género de Mortanchez y Candelario no cae llovido del cielo, por lo que pronto empezó a declinar la casa, y dando tumbos y traspiés cayó, a la vuelta de un año, en el abismo del descrédito. Los acreedores se repartieron el botín y hubo una desbandada de chorizos y una dispersión de jamones, que dieron mucho que hablar a todo el barrio de San Millán.

Lo verdaderamente infame es que se había valido de su nombre para estafar una porción de dinero a algunos amigos: al cura de San Ginés sesenta duros, al capellán de las Adoratrices cuarenta y cinco, al excusador de San Millán diez y seis, etc., etc. Iba pidiendo estas cantidades como si fuesen para D. Jeremías.

Pepe era en varón lo que su hermana Leocadia en mujer; un madrileño de pura raza, pálido, de mirada inteligente, mediana estatura, palabra fácil y movimientos rápidos: el otro era su amigo Millán, que hacía el amor a Leocadia. Pepe vestía como señorito pobre: Millán como trabajador a quien siendo limpio le falta tiempo para acicalarse.

Un momento después, don José se despedía desde dentro diciendo a Millán, que había vuelto a salir al comedor: Si hay noticias, ven mañana, ¿eh? y tráeme algún periódico, que es la única distracción que tengo. Descuide Vd., no faltaré. Adiós, doña Manuela; que pasen ustedes buenas noches, y de hoy en un año. Adiós, Leo. ¿Quién hace el favor de bajar a abrirme?

Quitaremos la mesa dijo doña Manuela, y comenzó por guardar para don José lo poco que quedara de la perada y del turrón. ¿Quiere Vd. que le acostemos entre ese y yo? preguntó Millán al enfermo. Van a dar las doce; en vilo le llevaremos a Vd. a la cama.

Millán vivía en la plazuela del Biombo; Pepe en la calle de Botoneras: aquél venía por la Costanilla de los Ángeles; éste por la calle de las Veneras, y después seguían juntos hasta el Noviciado, haciendo escala en cuantos escaparates hubiera algo que les llamara la atención.

Yo, cuando quiero a alguien, no soy como , que apenas haces caso de Millán. Pues mira: sus intenciones no pueden ser más claras. Esta noche he dicho yo eso de que bajabas pronto a abrirme cuando imaginabas que él venía; pero, en fin, allá . A me parece que no estás muy expresiva con él. ¡Tiene gracia! ¿Quieres que me le coma con la vista? ¡Ni que fuera una estampa!

En la casa de la calle de Botoneras penetró al fin la escasez, con su cortejo de tristezas, como antes había penetrado en la pobre imprenta de los barrios bajos; pero si Millán sabía un oficio, Pepe carecía de conocimiento alguno que pudiera serle útil contra el infortunio. Entonces se pensó en buscar para él una colocación o destino.

Así llegaron a conocer palmo a palmo cuantos paseos, carreteras y cuestas rodean a la Corte, yéndose a pies que queréis por esas rondas, como hidalgos de leyenda que marchan a ver tierras, y por entonces debió ser cuando en casa de Millán el padre de éste, y en la de Pepe su madre, notaron que los chicos rompían zapatos como si lo hicieran a porfía.