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Actualizado: 16 de junio de 2025


Su falta de ilustración y su escaso sentimiento religioso, no podían prestarle armas para luchar; pero le dolía que siendo Tirso clérigo, y habiendo por el mundo tanta gente que les guarda consideración, su otro hijo les mirase con tan malos ojos. ¿Qué edad tiene ahora? preguntó Millán.

Viéndoles jugar juntos, resultaba Pepe voluntarioso, porque Millán parecía plegarse a sus caprichos; pero, a poco que se les observase, era fácil notar que la pasividad de éste no era sino el reconocimiento implícito e instintivo de la superioridad de aquél.

Tal vez hay mucho de chiste y de broma en cuanto se alega en favor de las corridas de toros en el precioso libro del señor conde de las Navas. Tal vez en el bellísimo prólogo del mencionado libro, escrito por D. Luis Carmena y Millán, cuya autoridad en tauromaquia es indiscutible y casi infalible, se trasluzca también algo de burla y de ironía.

Yo te prometo que saldremos de dudas. ¿Qué vas a hacer? Poco he de poder, o despejo la situación. En la primer conversación que tenga con Tirso, le quito la careta. ¡Veremos quién lleva el gato al agua! En seguida avivaron el paso, separándose al llegar cerca de la calle de Botoneras, donde se despidieron, quedando Millán algo esperanzado con la intervención ofrecida.

La mesa estaba cubierta con un mantel de granillo, con lista roja en el borde, y sobre su dudosa blancura de lejía casera destacaban cinco platos y otros tantos cubiertos con sus panes: bizcochada para doña Manuela, que tenía pocos dientes, panecillos bajos para Pepe, Leocadia y Millán, y para don José rosca muy cocida, pues el viejo hacía alarde del poder de sus mandíbulas, única fuerza que le quedaba.

¡Qué brutos! exclamó Pepe sin leer más, y dejando el librito donde estaba. Aquella noche Pepe y Millán, terminado su trabajo, salieron juntos de la imprenta.

El corazón cerrado a la piedad... ¡Si basta entrar allí para convencerse!... Estampas de reos liberales en las paredes, periódicos perversos de los que venden por las calles, comedias o noveluchas que lleva ese Millán de la imprenta y que permitís leer a Leocadia, libros malos... y en toda la casa no hay una imagen de la Virgen ni una cruz de palo... Yo no mando... Pues es necesario que mande Vd.

En la imprenta de Millán había un chico, mezcla de aprendiz y ordenanza, a quien apodaban Pateta.

Ignoro si Millán exagerará algo las tintas del cuadro, para que yo no abrigue esperanza y vaya acostumbrándome a la realidad; pero me parece absurdo lo que está pasando.

Sabedor Tirso, por Millán, de la resolución que adoptó su hermano, y enterado, por Leocadia, de cuándo había de despedirse de Paz, creyó llegado el instante propicio para dar el golpe que fraguaba.

Palabra del Dia

cabalgaría

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