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Actualizado: 16 de junio de 2025
A pesar de lo muerto que, por obra del cariño de Engracia, estaba el amor de Millán a Leocadia, la presencia del cura le impresionó desagradablemente, recrudeciéndose en su corazón el enojo hacia aquel hombre, que dio al traste con sus primeros amores.
Millán permaneció en Ávila durante algunas semanas, hasta dejar establecida y en actividad la imprenta cuya fundación le fue confiada.
Podrá sentirla el hombre harto de vivir y pensar; pero un chico de diez y seis años, como era Tirso entonces, cuando entró en el Seminario, ¿qué entendería de consagrarse a Dios? ¡Fue una verdadera infamia, un engaño, un robo, un secuestro ad mayorem Dei gloriam! Sí respondió Millán como cuando se meten los jesuitas en familia donde hay niña con dinero, y al poco tiempo cátatela monjita.
Pero Vd. ¿no es Engracia... la...? ¡Atrévase Vd!... la querida de Millán. ¿Era eso lo que quería Vd. decir? Pues a mucha honra, que me está sirviendo de padre a mi chico. ¿Luego ese niño?... No es de Millán, sino mío y de mi difunto, que por allá nos aguarde muchos años. ¡Andá, si no fuera por Millán, ya habíamos reventao yo y el chico, como la Real Trinidad!
Entonces, levantándose de su asiento, se acercó al grupo que formaban Pepe y Millán junto a don José y, puesto delante del balcón, sobre cuyo hueco claro se destacó su figura negra y espigada, dijo severamente: ¡Parece mentira que hombres de juicio hablen así!
La muchacha, que dormitaba en la cocina, acompañó a Millán. Cuando subió de abrirle la puerta de la calle, estaban los dos hermanos sentados en el comedor junto a doña Manuela. Esperemos a que papá se duerma decía Leocadia no sea que nos oiga.
Metiéndose bajo la camilla escarbó doña Manuela el brasero, arropó el rescoldo y, designando luego el puesto que había de ocupar cada cual en la cena, dijo: Tú aquí, papá donde siempre, a su lado Pepe, luego yo, y Millán junto a tí; ¿te parece bien? Leocadia, ocupada en sacar del aparador una botella de tinto y otra de Rueda, blanco, hizo como si no hubiese oído.
La hermosura de la viuda, su desamparo y la juventud de Millán hicieron lo demás.
¡Quién sabe si la suerte nos juntará por esos mundos! Pues no hay más que hablar: ya lo sabes; y si desgraciadamente llega el caso... Me llevo a mi padre a tu casa... quiero decir, a la de ella. Es lo mismo añadió Millán sonriendo.
Hubo una persona a quien no tuvo el valor de confesar que trabajaba en la imprenta de Millán, y esa persona fue su novia, la señorita de coche, como la llamaba Leocadia.
Palabra del Dia
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