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Actualizado: 16 de junio de 2025
Leocadia se levantó para ir a buscar la leche de almendras, y volvió en seguida trayendo la sopera. Y todo eso en defensa de la religión dijo Millán en tono de burla. La religión no tiene nada que ver en esto, hijos míos.
Un suceso ignoraba Pateta, y también Pepe lo ignoró durante algún tiempo, que contado por aquél a Paz, hubiese podido sumarse al capítulo de culpas hecho contra Tirso: el rompimiento de Leocadia con Millán. Despreciado por ella, puso él los ojos en otra.
Pepe, sin contestar, dejó caer tristemente la cabeza sobre el pecho. El mozo que se había acercado a preguntar a Millán lo que quería tomar, se alejó, sin atreverse a pronunciar palabra. Tras unos segundos de silencio, esforzándose por parecer sereno, Pepe se limpió el rostro con el pañuelo, diciendo: ¡Sea lo que Dios quiera! ya no me importa nada lo demás.
Maltrana comprendió que no debía esperar más del Ingeniero, y dejó de ir al Café de San Millán. La miseria les estrechaba cada vez con mayor crueldad. Feli estaba fatigada; había perdido la fortaleza de sus primeros días de labor. Avanzaba su embarazo.
Pepe se había puesto a leer La Libertad Española, que pidió a Leocadia y que ella le trajo sin una sola arruga, con gran sorpresa de Tirso; mas este permaneció callado, deseoso de escuchar a Millán que, mirando de vez en cuando a la chica, sostenía el diálogo con don José. Decía el viejo: Aquí no se hacen más que torpezas; si el partido liberal se divide, vamos a ver cosas muy tristes.
Durante tu ausencia he visto lo limpia, dulce y trabajadora que es. Estoy seguro de que le cuidaría bien. Por de pronto, ya digo, de esa cantidad te daría todo lo que pudiera, y en adelante, lo que conviniéramos con arreglo a lo que yo tuviese. Millán guardó silencio.
Doña Manuela había pensado en ello; pero tuvo en cuenta que era preciso levantar del lecho a don José, disponer la comida y arreglar los cuartos: además consideró que, como Millán trabajaba durante la semana y aprovechaba los domingos para ver a Leocadia, tal vez ésta perdiese la visita del novio, si se le ocurría venir temprano.
Si Cordero, en vez de retroceder hacia la Merced y calle de Carretas con ánimo de encontrarle, hubiera seguido hacia San Millán y la calle de los Estudios, le habría de seguro hallado. Estaba frente a una puerta de la citada calle, con la vista fija en un hombre y en un caldero, en una mesilla forrada de latón, en un enorme perol de masa y en un gancho.
De entre ellos salió una voz que gritó: Queremos tu sangre, perro. No fue preciso más. El Padre Sauri desapareció. No puede describirse su horroroso martirio. De manos de los monstruos pasó a las de unas cuantas harpías que le arrastraron hasta la plazuela de San Millán, mutilando su cadáver en el sangriento camino.
Parecíale innegable la bondad de Millán, pero Tirso tenía, en parte, razón.
Palabra del Dia
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